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Jotaemejota

Era previsible que en España la visita del Papa y sus jóvenes causara lo que causó. Cada vez más, los extremos se están adueñando del panorama y -en consecuencia- los comportamientos hostiles y violentos son la nota común en esta sociedad.

No me siento católico, pero tampoco me considero laico. Primero porque el laicismo no lo entiendo como una postura ante la vida sino como una mera circunstancia. Uno es ateo, agnóstico o creyente. Laico es un estado o el Estado. Nada más. Sin embargo, los periódicos de izquierdas se han empeñado en catalogar a ese movimiento ecléctico que ha derivado del 15-M (supuestamente) de “colectivo laico”. Pues no. Como ellos mismos cantan, si yo también soy “laico”, a mí no me representan.

Me parece un alarde absurdo y una chominada -como se dice por aquí- lo de trasladar Cristos valiosísimos y colapsar Madrid para exhibir el poderío de una institución concreta. Más si estamos hablando del cristianismo, una religión en cuyo libro sagrado se puede leer que San Pedro calificaba de “Babilonia” a Roma por mucho menos de lo que montaron en la capital de España.

Tampoco entiendo que a dirigentes ateos -Zapatero, por ejemplo, lo es confeso- besen los pasos por los que camina Su Santidad y se deshagan en halagos ante una corriente filosófica tan antitética con el progresismo. Más allá... tan antitética con el hedonismo, con el placer de vivir. Sobre todo teniendo en cuenta que se sienten identificados con un instrumento de tortura (paradójicamente, éste no fue el primer símbolo del cristianismo. Lo era un pez, pero cuando saltaron de la clandestinidad al poder cambiaron de mentalidad y de tercio).

Pero que no comparta su planteamiento vital ni sus alardes no quita que reconozca el derecho que tienen los fieles a exhibir sus ideales. Ni las garantías que la Constitución les otorga a la hora de pasear tranquilamente luciendo toda la parafernalia que deseen. Además -y esto es indiscutible- su presencia en España no ha generado ningún problema. Cero gamberrismo. Era como si estuvieran hipnotizados por una entidad superior. Por si fuera poco, la mayoría del gasto ha provenido de instituciones privadas. Únicamente la publicidad directa e indirecta costaría mucho más de lo que España ha gastado en el cotarro.

Por todo esto no es tolerable la actitud de los que se han dedicado a achantar a los peregrinos en Sol. Esos que han provocado incidentes y esos mismos que se han hecho dueños sin permiso de nadie de una plaza y de una corriente ideológica. Ni de esos ni de sus palmeros. Aquellos que jalean y consideran que ponerse a la altura de tolerancia del catolicismo radical (que no es mucha, en honor a la verdad) es el mejor camino para expresar su descontento vital. ¿Qué culpa tendrá un adolescente sudamericano o australiano de que en España todavía triunfe en muchas ocasiones el oscurantismo y la superstición? ¿De que cuando sea Semana Santa, por una vez al año, la gente vea Cristos y Vírgenes aunque ni siquiera sepa en qué se sustenta su fe? Y además... qué más dará si es así. La diferencia es el terreno para cultivar el respeto.

Lo único que ha merecido la pena -porque el discurso de Benedicto ha sido predecible y bastante rancio- de estos días ha sido el intenso debate teológico-social que se ha producido en mentideros y medios de comunicación. Leer o escuchar a José Antonio Marina o a José Luis Sampedro defendiendo sus posturas da que pensar y siempre es un placer. Se esté o no de acuerdo con ellos.

Tal vez, aunque sólo sea por la controversia generada, el catolicismo ha vencido jugando en casa. Ha ganado la partida contra el demonio que, para ellos, es ahora la indiferencia que genera en la juventud. O generaba.

A los de El Día, en mi adiós

Cuando uno abandona un lugar siempre tiene la tentación de echar la cabeza atrás y suspirar. O llorar. Desde hoy no volveré a juntar letras para El Día de Córdoba y en estos momentos me asaltan mil recuerdos. Todos buenos. No he tenido antes un trabajo en el que me haya sentido tan recompensado (y no hablo de dinero) ni tampoco tan valorado. Nunca imaginé un lugar mejor para desarrollarme como periodista ni tampoco para crecer, dentro de mis límites, como persona. No han sido cuatro años de sudor y tinta, sino de risas y juegos. De guiños y estrés común bien entendido.

Me he empapado de los consejos de mi sabio jefe Paco Merino y he aprendido igualmente de mis otros compañeros de sección, el siempre sarcástico y genial José Carlos León; el matemático, cerebral y divertido Raúl Díaz; el sagaz e inasequible al desaliento Cisco López y los ordenadores de la cantera Antonio García y Diego Arellano. Son, creédme, un equipo incomparable, capaz de superar las estrecheces y las limitaciones con imaginación. Cada cual en su terreno forman, para mí, la mejor redacción deportiva posible.

Tampoco puedo olvidarme en la despedida del resto, empezando por el director Luis Pérez Bustamante, Tuto, que siempre ha tolerado mis crónicas de singular estilo sin ponerme ni un reparo. Ni de los de local, bulliciosos como ningunos en la redacción y belicosos con los poderes establecidos (como debe ser). De los de provincias, más callados pero igualmente brillantes en lo suyo. De todos los maquetadores, que siempre encuentran un hueco para atenderte a pesar del mucho trabajo que manejan. De los reporteros gráficos -Álvaro, Chencho y Óscar-, que nunca tenían tiempo para nada y siempre conseguían estar en mil sitios a la vez sin protestar. Y, bueno, con los de la sección de cultura nunca podré ser neutral, porque allí se seguirá sentando la principal razón para llorar en el adiós. Sabes que echaré de menos sentirte cerca minuto a minuto, por muy truhán que sea.

Lo escrito, y quede claro, me voy pero no me voy. Me llevo de todos vosotros el mejor de los recuerdos posibles y la sensación de que parte de mi vida ha empezado y ha terminado en El Día de Córdoba.

“Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida”, escribió Benedetti. Ya sabéis donde me tenéis para lo que me necesitéis.

Un fuerte abrazo a todos, amigos, y mucha paz.

Malta

Malta es un país indefinible. El eclecticismo gobierna su paisaje, sus gentes, sus formas, sus colores y hasta sus olores. Nada parece simple en estas tres islas, más que nada porque la majestuosidad de su pasado se mide por sus cosas pequeñas. Su capital Valletta, por ejemplo, podría ser un barrio de cualquier ciudad media española. De hecho, cuando uno pasea por sus dos calles principales (la de la República y la de los mercaderes) no puede comprender qué vieron de tanto interés los turcos para el tremebundo asedio de 1565. Más allá de lo estratégico, Malta ha despertado siempre un interés espiritual. Aquel halcón que le costaba a los caballeros de San Juan de arriendo la isla, el naufragio de San Pablo que impregnó a sus habitantes de un catolicismo que roza lo fanático, la misma defensa contra los stukas nazis del 42... Los malteses se han imbuido en su minúsculo estado como un monumento más. Hablan una lengua similar al esperanto que parece más complicada de lo que luego resulta si se analiza pormenorizadamente. Se comportan, de paso, como caóticos griegos, como inteligentes fenicios y como astutos judíos. Tal vez porque su sangre es una mezcla que el tiempo y el aislamiento se ha encargado de cimentar.

Para hacerse una idea aproximada del carácter de los habitantes del país de la miel (pues Malta viene del “Melité” griego) es fundamental pasear en La Valletta por la engañosa concatedral (austera por fuera, incomparable por dentro), por el palacio de los Caballeros de San Juan y visitar el museo de guerra. Con eso, una pasta a la Marinara en la Trattoria Da Pippo (no hay carta así que no se puede elegir) y una copa en The Pub (el antro de marineros británicos donde falleció el actor Oliver Reed, después de tomarse tres botellas de ron jamaicano, ocho de cerveza alemana, numerosos whiskies dobles y haber retado a echar pulsos a cinco jóvenes de la Royal Navy) se puede disfrutar de un buen rato.

Del resto de la isla más grande del archipiélago que conforma este país sobresale Mdina, antigua capital y bellísima ciudad medieval amurallada y silenciosa. Pasear por sus calles es escuchar el pasado sin desvirgar. Desde tiempos prehistóricos habitada, su actual forma obedece al lavado de cara dado por los nobles barrocos, que no lo hicieron nada mal.

Gozo y Comino son las otras dos partes de Malta. Los gocenses se jactan de tener un queso y un carácter diferente a sus vecinos. Orgullosos, procuran resaltar más sus diferencias apelando al amor propio que les da su escasa distancia. De hecho, tienen su propia Rabat/Mdina, también muy hermosa. Comino es, simplemente, un bello islote en el que sobresale el Blue Lagoon, una paradoja natural de un agua azul turquesa que no se puede encontrar en ningún lugar del mundo. Nadar ahí es como hacerlo en el iris de un ojo templado y adentrarse en la gruta que atraviesa Cominotto (un atolón aún menor que está enfrente) supone confundirse en una noche improvisada. Las olas balancean los ecos de los bañistas hasta confundir las lenguas en babel de andar por casa.

Eso es la Malta decente. Luego está la Golden Bay con cadáveres de jóvenes atosigados por las resacas y por el causante de éstas, Paceville, un espacio destinado al castigo y al disfrute de los sentidos. Apenas dos calles en las que confluyen miles de personas dispuestas a superar su plusmarca en la ingesta de chupitos. Native y Havanna son los más populares antros. El primero invadido de españoles; el segundo cuenta con una sala destinada a la población aborigen muy singular porque permita comprobar la auténtica esencia del maltés, a medio camino del siciliano y del tunecino; del templario y del fenicio; del conejo y del pulpo. Eclecticismo, en suma. De eso va Malta.

Calamaro

El poder evocador de la música es inmenso. En mi caso no hay un cantante que traiga a mi memoria más recuerdos que Andrés Calamaro. Le empecé a escuchar cuando empezaba a cambiar la estúpida edad del pavo por la inestable adolescencia. Yo era entonces un niño pijo mucho más niño y mucho más pijo que ahora. Tenía claras tantas cosas que apenas era capaz de comprender que, fuera de mi abc, había otro mundo. Otra vida.

A Calamaro me lo cantaron por vez primera en Fuengirola entre cervezas y martinis. Le oía trovar a un amor más cortés que sexual y me venía muy bien porque -en aquellos tiempos- lo único en lo que era capaz de creer era en el imposible sentimental. Le escuchaba con su infatigable tono lunfardo y su voz a veces rota a veces resquebrajada hablar del veneno. Y era bueno. Y fue bueno probarlo.

Canté a Calamaro borracho y lo puedo cantar sobrio. Lo he cantado estando acompañado y estando solo. En clases y en botellones. En pubs y en autocares.

Ha pintado con notas mis instantes más melancólicos y los más eufóricos. He crecido a base de su discos (“Alta Suciedad”, “Honestidad Brutal”, “El Salmón”...) y casi todas sus canciones tienen una correspondencia egoísta que me permite adaptarlas a mi situación individual.

Hoy Calamaro tocará en Córdoba su tangorock y reviviré una vez más lo que nunca se debe olvidar. Y es bueno olvidarse de quién no soy.

Desatino 2016

Contra 300.000 firmas, una mujer que proclamaba, despistada, en La Sexta: “Ah, ¿que nos han dado la capitalidad? Jo, qué potra”. Ante un proyecto forjado durante diez años de trabajo bien estructurado, otro en cuyo dossier aparecían imágenes de atentados. Frente a una multitud que abarrotaba su Ayuntamiento, una escueta tira con la cifra “2016” en blanco y azul ante una plaza absolutamente vacía.

Córdoba ha perdido la histórica oportunidad de ser la capital europea de la Cultura en 2016 porque San Sebastián (Donostia, como -revelador- ha pronunciado el presidente del comité de selección Manfred Gaulhofer) ha pesado más políticamente. El que la bella ciudad de la Concha haya sido la elegida obedece únicamente (no hay otra razón si no) a un desvergonzado acuerdo entre PSOE y PNV que obligará al segundo a apoyar al primero hasta el final de la desastrosa legislatura de Zapatero. Ya lo dijo Erkoreka el otro día: “Nunca por tan poco hemos conseguido tanto”.

Con la decisión, lamentada públicamente por políticos tan poco sospechosos de ser de derechas como Rosa Aguilar y Belloch, Bildu logrará lo que parecía imposible: que España se quede sin Capitalidad Cultural. Todo será, como ya han advertido, un desfile de aizkolaris, bertsolaris y gudaris. Un drama para el panorama intelectual estatal. Un desatino.

La sonrisa de la impresentable Sinde -Ministra de los culturetas- al acabar el acto asqueaba aún más sus palabras: “Córdoba era la más temida por todas”. Patético.

Hoy he visto muchas lágrimas en mi ciudad. Los cordobeses, por una vez, creían en algo suyo, apoyaban al unísono un proyecto sin entender de colores y soñaban con volver a ser algo parecido a lo que fueron. Y han sido apuñalados por la espalda.

Quiera el destino augurarles un pésimo lugar en la historia a quienes han perpetrado esta traición a la lógica. Que nadie olvide ni perdone a los responsables de que nuestra ciudad, una vez más, se vea relegada al olvido. A ser aquella lejana y sola que cantó Lorca. Por los siglos de los siglos. Agur.

El futbolista manco

Robert Schlienz era uno de tantos alemanes que trataba de sobrevivir en los durísimos años posteriores a la Guerra. Se podía decir de él que era un hombre afortunado, toda vez que se libró de una muerte segura en el frente ruso a cambio de un balazo soviético en el mentón.

Cuando regresó a su hogar su lugar de trabajo había volado por los aires. Schlienz era futbolista, delantero centro, y su equipo, el Zuffenhausen, fue una de las víctimas del conflicto (había perdido cinco de sus jugadores en esos infaustos años). Así que a Schlienz le tocó buscarse la vida en la vecina ciudad de Stuttgart. Jugó su primer partido en la Gauliga (la denominación nazi para la Bundesliga) en el Neckar Stadion un 2 de abril del 45, contra el Karslruhe. Su equipo ganaba 5-2 hasta que el aviso de un bombardeo sustituyó al silbato del colegiado para indicar el final del encuentro. 19 días después los franceses tomaban su ciudad.

La siguiente temporada, Schlienz estuvo a un nivel impresionante. A la altura de los mejores de Europa en su puesto. Anotó 46 goles en 30 partidos y su equipo quedó campeón de la Oberliga del sur (un campeonato regional, lo más que pudo lograr al no poderse realizar una Liga nacional por la situación del país).

La vida era prudentemente feliz para Schlienz hasta el 14 de agosto de 1948. Ese día llegaba tarde al entrenamiento de su equipo previo a un partido de Copa ante el Aalen y forzó la máquina de una furgoneta que le habían prestado. Como fumaba, llevaba el brazo sacado por la ventanilla. Una decisión fatal, puesto que el vehículo volcó y el delantero perdió parte de su brazo izquierdo, que le tuvo que ser amputado.

Cualquier otro deportista podría haber tirado la toalla. Cualquiera deprimirse añorando tiempos mejores. No Schlienz, quien -apoyado por Görg Würzer, entrenador de su equipo- supo rehabilitarse, retrasar su posición en el campo y seguir contribuyendo a la causa del Stuttgart. Tardó nada más que cuatro meses en volver a jugar. Y, cuando lo hizo atándose la manga izquierda de la camiseta para ocultar su mutilación, no fue uno más. Su participación resultó decisiva en los victoriosos campeonatos del 50 y del 52 (en la final de este año ante el Saarbrücken dio las asistencias de los tres goles de su equipo después de que éste fuera perdiendo al descanso 0-1) y en el subcampeonato del 53. También ganó con los suavos las copas del 54 y 58.

Era uno de los mejores, tanto que hasta convenció al cabezón seleccionador teutón Sepp Herberger para llevarlo con la Mannschaft en tres ocasiones (ante Irlanda del Norte, Holanda e Inglaterra). Cualquier otro técnico con más valentía y menos prejuicios -cuentan los que le vieron jugar- le hubiera tenido más presente.

Schlienz murió en 1995 e inmediatamente el club de toda su vida bautizó sus campos de entrenamiento con su nombre. Ganó muchos títulos, pero acaso lo más importante fue lo que su resistencia a la adversidad tuvo de ejemplo para muchos. Uno de los asombrados fue el mismísimo Alfredo di Stéfano, quien dijo después de disputar un amistoso contra su equipo: “Lo que ha hecho este jugador es lo más increíble que he visto hasta ahora”.

En popelín, mucho mejor

(Artículo publicado en la Revista ferial "Abrevaero", del Círculo Cultural Cotuba, con motivo de la Feria de Córdoba 2011).

El ambiente de la tienda de vestidos de gitana era claustrofóbico. Como si de una enredadera gigante se tratara, del techo salían encajes y telas perforadas por todas partes. Colgados como morcillas, con los bajos lindando con el suelo y manchándose de polvo, los conjuntos esperaban una princesa que los hiciera suyos.

-Me encanta el azul pavo con los complementos en dorado. ¿Qué color de flor me aconsejas?

Una señora de cuarentaypocos se mira en un espejo enfundada en un vestido que le queda extremadamente angosto. El moreno de Fuengirola ha quedado convertido, por la hipoxia a la que le somete el corsé, a un blanco nuclear que, eso sí, hace resaltar aún más el pavo de su azul.

Mientras, una anciana que más parecía un mueble más del local cobra vida para dictar sentencia:

-Ole las gitanas guapas.

En la puerta del otro probador, con ojos mustios y pertrechado con un bolso y varias bolsas que no son suyas aguarda un hombre a su pareja. Bajo la promesa de “un buen polvo” mira las horas pasar y cruza su mirada con un perro que, como él, tampoco sabe muy bien qué pinta allí.

Sale la novia por el probador y, rápidamente, la propietaria de la tienda deja a la del azul pavo, a la que ya ha conquistado, para centrarse en la más indecisa joven.

-El color y los lunares me gustan, pero creo que le voy a cortar las mangas, que en mayo hace mucho calor.

Al sujetador de bolsos la idea de tener que visitar a una costurera y emplear otra mañana para obtener como compensación “un buen polvo” —que nadie asegura que sea bueno ni que sea polvo— provoca que sus pelos se vuelvan escarpias. Como conectados telepáticamente la vendedora y él hacen fuerza común para que la improvisada modelo reconsidere su terca obstinación amputadora.

-Con las mangas parece mucho más elegante.

Dice él.

-Niña, que las hijas de la familia Fernández de Balaustrada y Colomer, que estuvo aquí el otro día, se van a dejar todas las mangas. Que es lo que se va a llevar, te lo digo yo.

Dice la vendedora.

Mientras, la anciana-mueble vuelve a abrir la boca como si se tratase de una atracción de la feria que está por llegar:

-Ole las gitanas guapas.

Después de unos tensos minutos en los que perro, comerciante y sujetador de bultos se centraron en la contemplación de la indecisa gitana y cuando parecía que por fin todo iba a quedar resuelto, ésta espetó:

-Bueno, pero… ¿Lo tienen en popelín? Si es en popelín, mucho mejor.

Confío (15-M)

Confío en mis padres. Confío en la gente que me quiere. Confío en que el sol salga todos los días para que la existencia tenga sentido. Confío en que el agua sepa a agua y que la tierra no pierda consistencia a cada paso que doy para que no me hunda en ella. 

Confío en el esfuerzo. Confío en mis sueños. Confío en que hay un futuro que tendrá que ser mejor porque, simplemente, tiene más tiempo para gestarse. Confío en que habrá noches como la de hoy y mañanas como la de mañana. 

Confío en lo que he vivido. Confío en el viento que transporta los sonidos y las ondas. Confío en lo que veo. Confío en lo que siento. Confío en lo que palpo. Incluso confío en cosas que no veo, porque confío en las impresiones que me provocan. 

Confío en la inmensidad de lo que desconozco. Confío en los libros que he leído y en los miles que me quedan por leer. Confío en el sabor de la lona cuando me tumban y confío en el sabor de la miel cuando la fortuna me besa. Confío en el respeto al diferente. Confío en el derecho de mi enemigo. 

Confío, confío, confío... Pero que nadie me pida que confíe en lo que me venden quienes gobiernan y quienes no lo hacen ahora. Que nadie me obligue a regalarles mis ilusiones. Que nadie me diga que no tengo derecho a exigirles que planten cara a quienes hacen a mi país más pobre y a los que me rodean más infelices. 

No. En esto no confío. Y por eso hoy reflexiono.

P.D. Toda mi solidaridad con los acampados en Sol y en el resto de España. De izquierdas, de derechas, de centro... 

Que no sea por apatía...

(Artículo publicado en la sección El Otro Partido, de El Día de Córdoba el 15 de mayo de 2011)

Hay un término en asturiano coloquial, “repunante (no repugnante)”, que no tiene nada que ver con lo que en el resto de España se entiende con la “g” detrás de la “u”. Cuando alguien es “repunante”, en Asturias es quisquilloso, fastidioso. Pues bien, ayer en El Arcángel había un ambiente “repunante” (sin “g”, recalco). Se conjuraban una cantidad de emociones contrapuestas que más que a la reflexión invitaban al desconcierto. La castigada afición del Córdoba acudió ayer al estadio con las ideas relativamente claras.

El plebiscito sobre el rendimiento de equipo, entrenador y directiva quedó aplazado en el recibimiento. Con 5-1 de Valladolid aún fresco, las ganas de comerse los pitos se mascaban en la grada. Se esperaba el mínimo despiste para poder tener un argumento para reprochar, algo absolutamente comprensible en un deporte de sentimientos.

El Albacete empezó achuchando (que ya tiene mérito con el once que presentó y encima descendido). Dirigía la nave manchega Verza. Un ejemplo claro de por qué el Córdoba está como está. Pasó por este club y se le mimó. Demandó paciencia, pero él sacó un dineral (casi se aseguró el futuro) y regaló su nula aportación. Y, como inexplicablemente suele pasar cuando regresan esta clase de profesionales, luchó cada pelota con una rabia infinitamente superior a con la que se empleaba de blanquiverde. Incluso –algo que también ocurre con cierta frecuencia- se permitió marcar (en un penalti que se imaginó el árbitro) y lo celebró con vehemencia de final de Champions.

Pero hablábamos del ambiente y de los reproches. Y éstos llegaron conforme los goles iban cayendo del lado de los de Alcaraz y el resultado (y con él virtualmente la permanencia) se iba asegurando. Desde el fondo donde se canta empezaron a arremeter con timidez primero y un poco más de fuerza después contra el técnico y la directiva (luego Salinas matizó que ellos forman un Consejo, pero la palabra “directiva” hace más sencillo el toniquete). A cuento de eso hubo otros pocos que silbaron, tratando de acallar las críticas con viento. Otros no hacían nada de nada. Comer pipas y tratar de mitigar el calor buscando una racha de viento.

Antaño una campaña como la realizada por Lucas Alcaraz este año –o una racha como la del equipo durante el florido mayo de 2010- hubiera supuesto poco menos que una revolución y un incendio en el graderío. Ahora, sin embargo, las localidades se rinden entre los que animan y protestan, los que no animan y protestan, los que animan y no protestan y los que ni animan ni protestan (y comen pipas). ¿Mejor, peor…? El juicio es absolutamente libre, pero el producto viene a ser el mismo. Tal vez el laureado curriculum del técnico unido al descontrol de la no venta y el futuro concurso avalen su trabajo (y el de sus jugadores) para muchos. Igualmente, también parece que la crisis económica y lo limitado del presupuesto reduce el descontento de la hinchada con los mandatarios. Es eso o, simplemente, que la gente ya ha perdido hasta las ganas de rechistar, lo cual sería definitivamente preocupante.

Mientras que el debate proseguía en la grada el Córdoba hacía un fútbol de buen nivel ante un rival de feria (o de patios).Tal vez en esos minutos de buen juego y de motivación –toque, velocidad, presión, todo…- esté la respuesta a muchas de las preguntas de esta temporada. Como el ¿por qué? de Mourinho, pero a menor escala.

Y una cosa más. No es de repunante pero sí repugnante que un recogepelotas intente desestabilizar a un jugador del Córdoba (fue a Javi Flores, pero sería igualmente lamentable aplicado a cualquier otro) insultándole gravemente. Esos no son los valores que hacen club. Si es que el Córdoba es un club y no una empresa en serios problemas económicos y sus profesionales son futbolistas aparte de asalariados.

Un puño negro

Trabaja en un semáforo cerca de mi casa. Cada vez que mi coche tiene que detenerse en su jurisdicción, como en un reflejo instintivo, compruebo si tengo o no calderilla. La mayoría de las veces, tenga o no, no le doy dinero. Otras sí. Si mi ánimo está alto o bajo le ofrezco una moneda de cincuenta céntimos o un euro por algún paquete de pañuelos desechables. Y me siento -¡Seré imbécil!- generoso. Y pienso que contribuyo al equilibrio mundial. A reestablecer la paz entre su realidad y la mía. Entre mi inmerecida suerte y la suya.

Muchas veces le miento. Muestro una sonrisa que esconde cierta incomodidad y le indico, forzando mis gestos como si no me fuera a entender, que no tengo nada para él. Entonces me pide que baje la ventanilla del coche. No quiere rogarme ni suplicarme algo con lo que pueda comer. Su única intención es que choquemos nuestros puños. Su piel es carbón zaina y curtida. Su palma blanca, color leche como el marfil de sus dientes. Puro. Mientras nuestros puños chocan noto que mi aspecto es igual que el suyo, pero a la inversa. Soy blanco por fuera pero, mintiéndole aunque sea sonriendo, por dentro me pesa el hollín residual de esta sociedad despersonalizada y sin alma.

El semáforo se pone en verde y puedo volver a rodar hacia mi destino. Siento alivio y apenas recuerdo la anécdota durante unos segundos. Él se queda en su semáforo haga calor o frío. Con sus pañuelos desechables y su sonrisa. Le mientan o no, siempre chocará su puño con quien le quiera bajar la ventanilla de su coche, pero a nadie le dolerá ese golpeo.

El respeto sí es santo

No sé con qué ojos mirar la Semana Santa. Lo propio de estas fechas, al menos en Córdoba, es pasear con una bolsa de pipas o de altramuces a la caza y captura de las distintas procesiones que transitan por la ciudad. Existe, me consta, una auténtica y sentida devoción por las distintas imágenes. Además, los someros o grandes detalles que personalizan cada paso sirven para que buenos cronistas (al menos los del periódico para el que trabajo sí que lo hacen) cuenten historias que deben remover el alma de los acérrimos seguidores de todo este ritual.

Todo este ejercicio de pasión, como tal, me parece dignísimo y loable. Más teniendo en cuenta que todo un año de dedicación puede irse al garete si la climatología se pone traviesa.

Además, si bien como todos los españoles soy católico culturalmente, no me identifico con los cánones de esta religión (realmente, con los de ninguna). Así que puedo observar con cierta asepsia (y por televisión) las lágrimas ajenas, los quejíos, las saetas y la sangre en los cilicios humeantes. Por supuesto, no lo comprendo puesto que ningún Padre -y Cristo a fin de cuentas eran tan Hijo como Padre y Dios para los cristianos- desearía el dolor y el llanto para sus vástagos. Ni en el día de su muerte (sobre todo cuando después el Testamento explica que resucitó).

Pero son dogmas, y los dogmas han de ser entendidos únicamente desde la fe del que cree. Otro apartado absolutamente libre del ser humano. Quien quiera castigarse, debe tener su cuerpo a su entera disposición para hacerlo.

Tengo un sentido excesivamente lúdico de la vida. Hedonista. Desde prácticamente mi nacimiento he pasado mis semanas santas entre arena y mar. Tomando el sol y mis primeras cervezas. Ese ha sido mi ritual durante tanto tiempo que por eso me sitúo en una postura diametralmente opuesta a la de los que defienden el incienso y la cera.

Y, sin embargo, nunca apoyaré actos como el de los ateos de Madrid que desean manifestarse el jueves Santo para exponer sus -eso sí- justas protestas acerca de la Iglesia. Porque, queriéndolo o sin querer, están manchando un sentimiento que, como yo, desconocen. Y a nadie le gusta que un ufano en la materia ensucie lo que más desea. Como si a mí me dicen que disfrutar en la playa fuese pecado. Aunque a mí me lo traería al fresco.

No es el fin del mundo

(Artículo publicado el 11 de abril de 2011 en la sección El Otro Partido de El Día de Córdoba en referencia al partido Córdoba-Alcorcón)

Tal vez la clave de todo lo que le pasa a este Córdoba lleve muchos años escrito. El senequismo del que tanto se enorgullece (quién sabe por qué) esta ciudad apoca a la contemplación silenciosa de los males desde la inevitabilidad de los mismos. Cuenta el estoico en su tratado Sobre la felicidad que "el que se queja, llora y gime es obligado a la fuerza a hacer lo que está mandado". Por tanto, obedecer a Dios "es libertad".

Después de la paliza sufrida ante el Alcorcón habrá quien se haya quedado descansando. Porque hay quien cree que es de ilusos peligrosos exigirle a este equipo profesional que compita para estar a la altura de otros compañeros de viaje absolutamente inalcanzables en lo deportivo como Girona, Elche, Huesca... O Alcorcón.

Ayer cerca de siete mil de esos ingenuos con, para algunos, ínfulas de grandeza acudieron al estadio para ocultar a otros cien que llegaron para apoyar al equipo que hacía de visitante. Al final, como suele ser tónica habitual cuando se acerca el mes de mayo, festejaron la minoría por la fuga de la mayoría. Las caras no eran de pena ni de dolor. Era otra cosa.Como la continuación de un sueño eterno que más parecería una pesadilla si no fuera porque el calor les mojaba las axilas de poco decorosas manchas de sudor. 

Su equipo, el Córdoba, que es ahora mismo un trapo hecho jirones en lo institucional, terminaba de cercenar –si no matemática sí conceptualmente– sus opciones de otra cosa que no sea mantener la categoría. 

El Alcorcón, no. Los aficionados alfareros han pasado en dos años y pico de ser otro equipo más de una ciudad satélite de Madrid a convertirse durante un tiempo en la sensación de España y de serlo ahora de la segunda categoría del fútbol patrio. ¿El secreto? Desde luego no está en la pasta, porque no la tienen. Anquela, un técnico que más parece profesor y que huye del divismo como el aceite de sumergirse en el agua, contó en una rueda de prensa impresionante algo que es simple y complejo a la vez. Confesó lo que le expondrá a sus futbolistas cuando vuelvan a entrenar, ahora que podrían mirar hacia arriba: "Lo que digáis vosotros es donde vamos a ir. ¿Y ahora qué? Ahora esto... ¿por qué no? Soñar es gratis". Mientras que contaba eso a unos periodistas embobados, fuera sus seguidores jaleaban aquello de "A primera, oé". ¿Una boutade? ¿Por qué? Acaso el problema es que no todo dependa de Dios y de la providencia. Ni del destino manifiesto. No hay nada escrito sobre lógica que permitiera pensar que el Alcorcón le fuera a meter cuatro al Madrid aquella tarde. Y lo hizo. Sin embargo, sí parece que hay algo que invita a pensar en que el Córdoba siempre la va a acabar pifiando al final de una forma más o menos trágica.

Tal vez, volviendo a lo de los jirones, influya también el hecho de tener un presidente y no dos. O de tener un futuro más asentado y con menos entelequias en la cabeza. O de tener un plan. Y no un pan.

El resultado de tan tamaño desatino en forma de goleada se tradujo una vez más en dos estampas: una la de las caras largas de algunos futbolistas del Córdoba que dieron la cara (algo que no es sencillo, les honra y no es común en su colectivo); otra la de las no menos espesas de dos aficionados que se sentaban enfrente del célebre bar Miguelito con su bufanda blanquiverde y dudando si cortarse las venas o dejárselas largas. Su conversación, no escuchada, se puede imaginar fácilmente. Lo difícil es comprender lo que les moverá a volver a renovar su abono el año que viene.Que lo harán, como casi otros 10.000. Demasiados para lo que reciben.

Por todo, buscar consuelo a estas alturas de la película es baldío. Si acaso, es agradable saber que la grada del fondo sur (la misma que tenía que estar terminada casi hace un lustro) podrá ser vista por los hijos de los que ayer estuvieron en el campo (algunos porfiaban ya el asunto para varias generaciones futuras). 

Alguien entre los aficionados que acudieron al campo se imaginó hasta un negocio simple:cortar en trozos el mural con los falsos aficionados pintados que ya están naranjas para hacer con los pedazos como con las piedras del muro de Berlín ya derribado. Luego, aquí está el lucro, podrían ser vendidos adecentados convenientemente como un souvenir más en alguna tienda de la Judería.

Es una idea. Otra pasa por recordar aquel titular del Daily Mirror en el 94, cuando la selección inglesa se quedó sin opciones de ir al Mundial de Estados unidos.El tabloide sensacionalista, haciendo honor a su política tan común ahora en otros medios deportivos teóricamente serios, tituló su portada en cuerpo catástrofe:"El fin del Mundo". Esto no es para tanto, pero tampoco es para tan poco. Por mucho que Séneca y los suyos se empeñen.

En pos de un reto discreto

(Artículo publicado en el periódico El Día de Córdoba del 25 de marzo de 2011 sobre el encuentro Córdoba-Nàstic de Tarragona)

Hay un momento en el ser humano y en todas las cosas en el que es necesario dar un salto adelante. Lo hacen los bebés cuando empiezan a caminar, los adultos cuando se casan y se atan a una hipoteca y los ancianos (perdón: la tercera edad) cuando empiezan a viajar con el Inserso. En el fútbol también se atraviesan etapas. Se cierran, se abren, se pliegan y se estiran cual chicle bien mascado en función de la importancia y urgencia del reto a cumplir. En El Arcángel se viene demandando un estirón desde hace ya un tiempo. Lo hacen los aficionados por lo bajini por aquello del temor reverencial al espíritu de la Segunda B (una categoría horrible que se inventaron para confundir al personal y matar a la mesocracia del fútbol español).

Lo intenta también –aunque a veces no lo parezca– la directiva presente con buena voluntad, aciertos y desaciertos.

En el sueño del salto ponen también su granito de arena los medios, que tratan –aunque haya quien tampoco se crea esto– de mesurar su indignación ante un partido horroroso del equipo al que apoyan (porque lo apoyan aunque no tendría que ser ese específicamente su cometido) y de contener la euforia ante una racha de buenos tanteos. La prensa de esta ciudad cumple con todos estos cometidos con mucha más prudencia que en casi ningún otro lugar (por errores pretéritos de cálculo).

Pero ese salto, que no es otro que el de pelear por pintar algo en Segunda, únicamente depende de la pericia de Lucas Alcaraz y todo su cuerpo técnico en el banquillo y de las carreras y golpeos de sus futbolistas sobre el verde. En sus cabezas y botas está el que este Córdoba en el que únicamente siete mil de 350.000 habitantes creen ciegamente pueda darles una bofetada a los apóstatas de lo blanquiverde.

Porque ahora mismo, por clasificación y por trayectoria, el único rival directo del Córdoba es el propio Córdoba._Ayer demostró que uno de los de abajo no es enemigo de eso que llaman su Liga. Acaso tampoco lo sea el_Betis, ¿quién lo certifica?._En cualquier caso, no hay ningún contrincante capaz de epatar su medianía. Diez de cemento, once de cal y diez de arena. Hasta ayer mismo, equidistante del descenso y del ascenso.

Está, porque tres puntos en Segunda tal y como está el asunto cambian poco la perspectiva, a medio camino de dos mundos diametralmente opuestos. Uno es de miel y huríes. Un paraíso por el que el aficionado común –el que no entiende de presupuestos, ni de impagos, ni de ventas truncadas– sobrevive. Porque no tiene sentido ir al fútbol sin pensar en ganar siempre. En subir siempre. Para mantenerse en la mediocridad ya está el día a día. El trabajo que se ha de hacer para pagar las deudas. La boda a la que hay que ir para contentar a la pareja o la resaca que se ha de pasar por abusar del pirriaque.

Ayer vencieron bien, sí. Los futbolistas del Córdoba deben ser conscientes de lo que se traen entre manos y de que cada punto de sutura en sus cabezas equivale a un paso más en un sueño cumplido para muchos. Porque cobran por realizar el trabajo más bonito del mundo, el de tener que contentar para toda una semana a siete mil personas durante noventa minutos. Y el empeño que tienen entre ceja y ceja –ya no caben medias tintas: la permanencia no es sino un reto mediato, una mera formalidad que se ha de certificar en breve– es morrocotudo. Sería sacar de la mediocridad que ha convertido durante demasiado tiempo al club en el que juegan en un gris candidato a la nada. En un conjunto anodino en el que todo lo que pueda pasar mal saldrá mal.

Les quedan once batallas contra el exigente destino. Once epopeyas. Novecientos noventa minutos de una gesta que tendría mucho de rebeldía ante el destino. De inconformismo juvenil. De locura. De acabar sextos, séptimos u octavos y de regalar (¿regalarse?) dos partidos por el ascenso a Primera división. Primera división. Está lejos, está cerca. Todo es cuestión de matices. Todo es cuestión de una(s) pelota(s). De que haya quien se lo crea, lo desee, lo busque y ponga todo su empeño por conseguirlo.

Y si, una vez puestos los medios, al final el tren se detiene en el infinito andén donde esperan los sueños incompletos que nadie pueda decirles que no haya sido por ellos. Seguro que si es así todo serán palmaditas en la espalda y el mañana tendrá un sabor diferente._Incomparablemente mejor, por supuesto. Si quieren los futbolistas hacerse una idea de lo que pueden lograr, que revisen el vídeo del ascenso en Cartagena del 99. Podrán ver así la cara descompuesta que mostraba al utilero a quien ayer justamente honraban después de muchos años de abnegada labor. Rafael Márque Campos no sonreía ni lloraba aquel 30 de junio. Era otra cosa. Si necesitan inspiración, que le miren y se lo dediquen a él.

Oscuridad para lo gris

No lo veo nada claro. Me interesa la política, pero aborrezco las mentiras y las corruptelas de gobierno y oposición. No hay ninguna tercera opción apetecible porque no hay ningún medio que se atreva a proclamar y dar repercusión a ninguna otra formación porque éstas no se lo pueden pagar. No soy socialista, por lo que no tengo derecho a un empleo público en la Junta, pero tampoco soy del PP, por lo que tampoco puedo hacer carrera en determinadas empresas de las que chorrean gomina y caspa a partes iguales.

Me gusta seguir la actualidad por los medios de comunicación, pero detesto que me tomen el pelo y que me cuenten la misma noticia revestida con el color de la falsedad. Aborrezco que mezclen los artículos informativos con los de opinión y que hasta las fotos tengan una intención mala o buena según su protagonista. Ellos mismos, en Madrid, me enseñaron una vez a distinguir y a diferenciar las portadas adulteradas. Diez años después, todos siguen a peor.

Amo el fútbol. Incluso se podría decir que trabajo gracias a él. Pero tengo la enorme desgracia de no sentir filia ni fobia por ninguno de los dos grandes equipos de España, lo cual me incapacita para leer ninguno de los grandes periódicos deportivos de este país, los cuales me demuestran día a día que a mi país le interesa más si a Cristiano Ronaldo le ha salido una pústula en su pezón izquierdo que una buena crónica del club al que le guardo fidelidad, uno cualquiera de provincias.

Y podría seguir. Soy cordobés, pero ni como caracoles, ni bailo sevillanas ni odio Sevilla. Soy andaluz pero no voy de romería a ningún sitio a ponerme fino de fino. Soy un hombre y no por ello -como nos quieren hacer creer las femiprogres- me avergüenzo de serlo ni tampoco maltrato a las mujeres. Soy blanco y creo que los negros son negros y no de color y no me siento mal.

A España siempre le ha quedado bastante mal el traje gris. Y me aterroriza pensar que todo lo que queda de ella sea lo que se ve en Telecinco. No lo veo nada claro.

El rincón de las ánimas

(Artículo publicado el 7 de marzo en la sección El Otro Partido de El Día de Córdoba sobre el partido Córdoba-Numancia)

Hay una zona del estadio no muy bien delimitada que se puede llamar como el rincón de las ánimas. Se ubica en la parte alta de la intersección entre el fondo norte (bueno, el único) y la tribuna. Allí, cuando un partido –sea el que sea– entra en la recta final se congregan buena parte de los seguidores del Córdoba más impacientes. Aquellos que no quieren padecer los rigores de los tercermundistas accesos del recinto y, por ello, prefieren sacrificar la comodidad de su asiento en pos de la rapidez a la hora de tomar el caminito de vuelta al hogar por el albero del Arenal. Allá donde les espera el consuelo o la bufa. O ambas cosas a partes iguales casi siempre.

Ayer, como siempre, ese sector heterogéneo se volvió a saturar de cordobesistas. Tal vez más que nunca. El resultado parecía incierto, pero las expectativas de que cambiase eran mínimas. Las miradas, sin mucho interés, se apretaban en complicado ejercicio visual sobre el horizonte del cráneo del vecino para intentar empujar mentalmente en un último achuchón de furia a su equipo. De puntillas, los más pequeños ofrecían una estampa de fútbol de otra época, cuando los recintos –ajenos a tantos millones– se delimitaban con vallas de madera y el cuero y los borceguíes mandaban.

Nada. Todos las ánimas del rincón se fueron desbandando sin orden ni concierto antes de que el árbitro Gil Manzano ordenase a los protagonistas que dejaran de correr. Esta vez incluso se largaban sin demasiada premura, como lo que parecen: almas en pena condenadas a la eterna espera de una redención deportiva. Todas musitaban imprecaciones del mismo orden: "Es que ni una vez. Ni una nos podemos ilusionar. Si está hasta el Girona ahí arriba. Es que nunca nos van a dar una alegría". Y otros adjetivos calificativos de toda corte extraordinariamente descriptivos en un lenguaje de germanía.

Antes, como era Carnaval (casi siempre es un poco Carnaval en El Arcángel), un señor se paseó por tribuna disfrazado de pene. Alguien debió reflexionar: "¿Es que este hombre no tiene hijos?". Luego estuvo, como siempre, Paíllo disfrazado de Paíllo. Un espectáculo fascinante a los ojos del puñado de seguidores sorianos presentes. También se vio a otro señor disfrazado de político llamado Rafael Gómez. Su parecido era tan fantástico que cualquiera podría decir que realmente era el otrora presidente y ahora hombre normal con inquietudes sociales. Un tupido tupé desafiante a la gravedad, el mismo bigote blanco nuclear que luce desde hace tanto tiempo que le hace (y le hará) inmortal. Atemporal. Un anacronismo, o no. Una paradoja. Ha sido un retruécano de los designios de la pelota el que le ha colocado en la antesala de unas elecciones en la grada de su equipo favorito. Él, que tan lejos ha estado del Córdoba por mil motivos, se vuelve a pasar por el campo para sumar votos y para volver –como en los viejos tiempos– a sentir aquella impotencia colectiva que a él, que es y se siente poderoso, le apena y al mismo tiempo le concede crédito electoral (al igual que antaño se lo otorgaba, eso y sus millones, para ocupar la poltrona del club).

Gómez, el hombre disfrazado de miembro y el resto de miembros y miembras (Pajín manda) asistieron al desenlace final del encuentro como anestesiados. Habían pasado en una semana y en noventa minutos del cielo al suelo. De la cal a la arena. De la paja mental al gatillazo total. En estos días, como en una sucesión concatenada de fenómenos imprevisibles, el Córdoba que nunca había estado en Primera ha vuelto a parecer demasiado de Segunda. El club que nunca había estado realmente vendido ha vuelto a ser puesto a subasta pública para que nadie lo quiera comprar.

Ayer las crónicas se sobreescribían a las de la semana pasada. Entonces se contaba que los sueños están tan lejos como lo que uno tarda en soñarlos. Bueno, pues aquí se ve lo realmente lejos que están. Ahora a los del rincón de las ánimas, al del pene, a Gómez y al resto les toca seguir soñando para y trabajando vivir. Y a otros, a quienes sean, pagar la cuenta de los que tienen que arreglar tanto desencanto. Tal vez, por si acaso y porque nos lo están avisando desde tantos sitios y ángulos que hasta acongoja, sería mucho más inteligente dejar de pensar en que el zapato encaje en el pie de la princesa y hacer que el pie encaje en cualquier zapato. O eso o que Dios pille a todo este tinglado confesado.

El Mini se les queda pequeño

 

(Artículo publicado en la sección El Otro partido, de El Día de Córdoba sobre el partido Barcelona B-Córdoba disputado el 1 de marzo) 

Una nota del 30 de noviembre de 1899 en un diario local mencionaba en un breve la constitución del Football Club Barcelona bajo el mecenazgo de Hans Gamper y la presidencia de Walter Wild. El breve apunte concluía con un augurio: “Deseamos muchas prosperidades a la naciente sociedad deportiva que, según noticias, se propone realizar frecuentes fiestas”. 

Era entonces el fútbol un deporte en pañales, sobre todo en España, y el formidable ejercicio de muchas generaciones culés ha permitido forjar un estilo y una personalidad incuestionable que atraviesa ahora, tal vez, el mejor momento de su historia. 

Uno se explica mejor la idiosincrasia del Barça paseando por los alrededores de su ciudad deportiva. El carrer del Collblanc, por ejemplo, ofrece un panorama casi provinciano. Casas bajitas y con mucho sabor, que se funden en el paisaje de golpe y porrazo ante las tres pirámides. Kefrén(el Mini Estadi), Micerinos (el Palau) y Keops (el colosal Nou Camp). La Massía, una antigua residencia payesa del siglo XVIII, resulta un conmovedor ejemplo de cómo conservar las raíces entre tanto hormigón armado. 

En todo este entramado, el Mini Estadi es una probeta. Un recinto en el que experimentar para los grandes. Aquí se ha generado la Renaixença futbolística que vive el primer equipo. Ayer la directiva culé quiso refrescar la memoria a los suyos rebajando las entradas de general a siete euros (los socios entran gratis) en una campaña llamada “Cuando vas al Mini, vas a ver al Barça”. Con toda la razón, porque los pequeños mueven la pelota a la misma velocidad. Cortan el viento y triangulan para desesperación del enemigo. Santifican el juego con sus piernas. Se les queda pequeño su Mini Estadi. 

Ante todo este glamour, ayer a los expedicionarios del Córdoba se les iluminaba la cara -incluso a los merengues- cuando se topaban con el escudo de la cruz de San Jordi y la Senyera. Por ejemplo Pepillo, el utilero, que se ponía de cuclillas para fotografiarse con el emblema barcelonista que está pintado al salir de los vestuarios.

 

Para otros muchos cordobesistas, sin embargo, el Barça no les impresiona porque forma parte de su día a día. Un compañero de prensa con el corazón crecido en Córdoba confesaba que ya lo tiene crudo para poner epítetos a las mil victorias de los blaugranas. Otros, los de la Peña Sangre Blanquiverde, coparon uno de los fondos con la mejor de las intenciones y la mayor de las discreciones. Aportaron colorido, pero sonar lo que se dice sonar sonaron bien poco. Tanto fue así que hasta un grupo de incondicionales del Barça (que eran muchísimos menos) les demandó que se decidieran a cantar de una vez.

 

Poco pudieron chillar y menos sonreír, porque el segundo equipo del primer equipo de su ciudad le dio un repaso monumental a los suyos. Les cayeron cuatro goles como cuatro suspiros. Al menos, les queda el consuelo de saber que Thiago, el que ayer llevaba el cuatro del filial, será dentro de poco uno de los mejores jugadores del mundo. De eso y de que para los suyos juega un niño llamado Fede Vico que comparte selección sub-17 con otro llamado Deulofeu y que ayer se estrenó de blaugrana. Es decir, que futuro hay para todos. A pesar de las sensaciones dejadas en todos los sentidos ayer en Barcelona

Un cerro y un puente

(Artículo publicado en la sección El Otro Partido de El Día de Córdoba el 27 de febrero de 2011 sobre el encuentro Córdoba-Cartagena).

La teoría y la praxis estaban claras. "Hoy seguro que ganan, 3-0 por lo menos, porque hace bueno y fijo que se contagian del ambiente". Uno de los asistentes al jubiloso hermanamiento que vivieron ayer dos peñas señeras del Córdoba (la del Cerro y la Sultanes del Arcángel) tenía bastante claro lo que iba a pasar en el encuentro ante elCartagena.

Entre cucharada y cucharada de un perol de competición y una cerveza lo suficientemente fría como para curar la sed y no matar el hambre, los asistentes al acto competían en atrevimiento acerca de sus nociones de cordobesismo.
"Pero tómate una copa, hombre", Francisco Plaza, cerrista, y Manuel Guerrero, sultán, insistían en que un tercero más timorato y con la mente en un trabajo ulterior bebiera. Ellos tendrían faena por delante durante toda la tarde también. No sólo recogiendo todos los enseres propios del evento, sino también ayudando a que desde Tribuna, preferencia y desde fondo se calentara el cotarro. También los Sultanes tenían tarea pendiente por la noche, que para eso es Carnaval, pero esa es otra historia.

Apareció un rato por el hermanamiento el presidente de Unión Cordobesa y ex del Córdoba club de fútbol Rafael Gómez Sánchez. Su partido montó un stand para recaudar afiliados. Algunos se apuntaron, otros hicieron avioncitos (u otras cosas) con los folletos y hubo hasta quien quiso romper su carnet de una de las dos peñas por la presencia del político de nuevo cuño. Algo de eso debe ser la democracia.

Sobre opiniones y pareceres tuvo mucho que ver la jornada de ayer junto alArenal. Por una parte, el plebiscito que se sostiene cada semana en las gradas de El Arcángel sobre un futbolista en concreto vivió su penúltima fase. El jugador es, obvio mentarlo, Javi Flores, a quien el epatante golazo que coló en Jerez le permitió una tregua por parte de sus sempiternos detractores. Cuando entró en el campo hubo sonada ovación. Una que resulta, por aquel tanto enChapín, tan innecesaria como los injustísimos silbidos que ha recibido en otras oportunidades antes incluso de saltar a jugar. Luego, claro, el fútbol: nada más empezar a correr dispuso de una ocasión clarísima y... truenos de aliento, después perdió una pelota aparentemente sencilla y conato de abucheo. Lo de siempre.

El otro foco de discusión –ya que no interesa charlar de la venta y toda su sordidez– es mucho más interesante y jugoso. Radica en la propia esencia de lo que es un equipo y una hinchada. ¿Dónde estamos? ¿Quiénes somos? ¿Hasta dónde podemos llegar? A la primera cuestión ayer Lucas Alcaraz respondió con un capotazo gracioso: "Hoy (por ayer) es sábado y mañana (por hoy) domingo". La hinchada también confesó su entusiasmo aportando su incondicional furor al juego de un equipo que invita a creer.

De ahí surge también la contestación a la segunda pregunta. Es (el Córdoba) ahora mismo una roca pesada para el enemigo. Infranqueable para los ataques y cansinísima para las defensas. Por eso casi nunca pierde (desde el 18 de septiembre no lo hace en El Arcángel).

La tercera interrogante, la del destino del CCF a corto plazo en lo deportivo, es la más divertida. Daría para mil hermanamientos como el de Sultanes y el Cerro y para cientos de puentes como el que ayer lastró la asistencia al campo. Se escuchó a algún seguidor en el abarrotado bar "El Taller" decir aquello de "¿por qué no?, si otros lo han hecho estando peor…no somos menos, ¿no?". Después, ya en el campo, mientras unos se frotaban los ojos ante lo que pasaba otros abusaban de aquello (muy cordobés, por cierto) del "te lo dije, hoy éstos palmaban" (hubieran dicho lo mismo ante un 0-2).

La respuesta a tanta duda se encuentra en momentos como los compartidos ayer en elbarrio delCerro. Unos en los que se siente la cercanía de un sueño. Porque hay sueños que, a veces, sólo están tan lejos como lo que uno tarde en soñarlos. Pero sólo a veces.

23-F, jamón y Chandón

Se cumplen hoy treinta años del infame, chapucero y deleznable último golpe de estado de la historia de España. Por mucho tiempo que pase, nunca se sabrá del todo la verdad de por qué sucedió lo que sucedió aquella jornada en el Congreso. Hay quien insinúa que fue una conspiración de la propia Democracia en pos de su regeneración, mientras que otros ojos ven en la tardía respuesta del Rey sombras de duda razonable sobre la propia postura del monarca.

Se puede dudar de las motivaciones del muy reaccionario teniente coronel Tejero a la hora de empuñar su pistola y hasta es justo calibrar hasta qué punto la guerra civil estuvo en el recuerdo en la proclama con la que Miláns del Bosch sacó los tanques a la calle en Valencia.

Pero de lo que no cabe sospecha alguna, y por eso el golpe retrata muy bien lo que es España, es sobre lo que movía a la soldadesca durante aquellas horas de febrero. Los civiles de Tejero no se dedicaron como los pretorianos que mataron en el 41 a Calígula a buscar un digno sucesor (por cierto eligieron a su sobrino Claudio, que era un desequilibrado). Antes bien, mientras su jefe hacía el trabajo sucio zarandeando a Gutiérrez Mellado -a quien para humillarle le llamaba “diputado”, aunque era un militar mucho más preparado que él-, los guardias armados se dedicaban al vil saqueo.

Según contaba ayer la web de El Mundo (http://www.elmundo.es/elmundo/2011/02/22/espana/1298399821.html ) sisearon en las más o menos quince horas que duró el asalto cerca de 250.000 pesetas de la época en viandas. Se bebieron 19 botellas de whisky, 18 de ginebra y 4 de Moët Chandon, un ritmo heroico que invita a imaginar conversaciones delirantes apoyadas en la culata de un cetme.

Uno se figura, marcialidad perdida, el humo de mil cigarrillos (54.800 pesetas se fumaron) en la asolada barra del bar del hemiciclo. Las preguntas que se harían y las respuestas inventadas apurando sus cardhús. Que esa es otra... ¿beberían cardhú o dyc? ¿Beefater o Larios? No son asuntos baladís. Tal vez de la calidad de los espirituosos dependió la suerte de la Democracia en este país.

Por eso, tal vez, las últimas imágenes que se recuerdan de los Guardias Civiles ya rendidos les retratan fugándose por las ventanas en lugar de saliendo por la puerta. Acaso fundidos por el estupor de lo cometido. Puede que azorados por su propia tajada. En suma, viviendo una resaca bestial basada en el más salvaje gorroneo. Un poco lo que estaba viviendo por aquel entonces el país después de la época cortijera de Franco. 

De eso va todo en España. De chupar, de comer y de beber todo lo que se pueda mientras pueda ser gratis. Conozco algunos en Andalucía que serían capaces de dar su vida por la rapiña. O su alma. Viva Baco y vivan sus cadenas.

La feria de los discretos

(Artículo publicado en la sección El Otro Partido de El Día de Córdoba sobre el partido Córdoba-Celta disputado el 13 de febrero)

El estado de ánimo del público que acude a El Arcángel cada dos semanas es siempre imprevisible. Nunca sabe uno si le va a dar por apoyar a los que correrán por ellos, por callar o por –simplemente– no aparecer. Porque, al contrario de lo que sucede en otros feudos, casi nunca se puede encontrar una relación directa entre acción y respuesta. Entre demanda y oferta sobre lo que se debate en el terreno de juego.
Responden los cordobesistas al perfil de Quintín Roelas, el protagonista de la novela de Pío Baroja La feria de los Discretos (libro que se ambienta entre otras, en torno a las muy castizas plazas de la Corredera y Las Tendillas). 
En esa obra nunca se sabe por dónde va a salir Quintin. Travieso hasta la extenuación en la infancia, curtido en la dureza de un colegio inglés y luego enamorado sin estarlo verdaderamente de una muchacha rica. Ahora hay ocho mil –antaño había diez mil– Quintines que añoran y suspiran cada semana porque su distracción sea liviana. Porque los noventa minutos de juego transcurran de forma acorde a sus intereses. 
Pero no siempre parecen desearlo con tanta ansia ni con positivismo, he aquí la contradicción. Hay días en los que sacar a pasear su bilis y arremeten con inquina ante el más mínimo despiste de sus profesionales. Días en los que todo lo que no sea sumar los tres puntos por vía de apremio –sea quien sea el contrincante– no vale. Ayer, sin embargo, Quintín fue misericordioso. Harto como está –con lógica– de ver llover siempre que toca fútbol (Maldonado o cualquier otro meteorólogo de postín debería estudiar la relación directa entre el pitido inicial de cualquier árbitro en el estadio más extraño del universo y el jarreo instantáneo) se armó de paciencia y paraguas y se sentó en su localidad con senequismo. 
Se ve que hicieron los deberes y estudiaron el potencial del Celta. Y así, con esa conciencia de unidad, jalearon cada arranque, cada despeje, cada patada de los suyos con la misma intensidad que un gol.
Hubo un único debate de consideración en el gallinero. Se originó cuando un grupo de seguratas privados del club, que se hartaron de decir que eran unos mandados, pidieron la retirada de una pancarta que ocultaba una publicidad en el fondo. Como quiera que su dueño se negó a hacerlo tuvo que comparecer para intimidar la policía nacional.Que si los seguratas tenían poco interés, mucho menos los nacionales. Al final, fue reconocido el exceso de celo exhibido desde el club y el Quintín más afectado fue a pedirle explicaciones al presidente al final del choque. Nada extraño.
Fueron ocho mil y pico, pero fueron uno. Quintín veía a sus chicos correr, sudar y matarse ante un enemigo que se singularizaba en la figura de Falcón, portero del Celta. A los cordobesistas les encanta –es el cántico más seguido siempre– meterse, en el fondo zalameros, con el arquero contrario cuando les pilla a mano.Más motivos tienen cuando el arquero les alienta a hacerlo como hizo ayer el del Celta. 
Confundidos y deprimidos los vigueses por el mejor juego de los otros, se fugaron a los vestuarios para el descanso de los quince minutos. Durante ese tramo el patrón de los quintines, Koki, aprovechó para presentar en sociedad a la caimán Kokita. Como quiera que hoy es el día de los enamorados, ayer era el momento de que El Arcángel aplaudiera a la nueva pareja. Kokita (en cuyo interior va un hombre, por cierto) es altanera y estilosa. Coqueta y primorosa. Como la Rafaela del cuento de Baroja. Como muchas cordobesas que hoy besarán y serán besadas por los quintines que ayer se quedaron a medias.
Porque, lo que les quedó por ver en el segundo tiempo del partido ante el Celta, fue un puro ejercicio de amor propio sin fin y sin recompensa. La lucha de los suyos contra la lógica, su cansancio y el mayor poderío del rival. Tal vez pudieron haber perdido, pero ayer los Quintines –mostrando su mejor cara– les hubieran aplaudido igual. Como cuando en La feria de los discretos Roelas proclama: "...También creo que debemos dejar a los dioses el cuidado de calmar los vientos". Sobre todo si hacen por soplar.

Democracia versus demagogia

Admiro a Fernando Trueba como director por su magnífica Belle Epoque y por frases tan geniales como aquella tan celebrada cuando le dieron el Óscar (“Me gustaría creer en Dios para agradecérselo. Pero sólo creo en Billy Wilder, así que, gracias Mister Wilder”). También le he escuchado algunas veces polemizando con criterio e independencia sobre temas de toda índole.

Sin embargo, ayer en una interesante entrevista publicada en El Mundo lanzó una afirmación no ya más o menos cargada de razón, sino peligrosa. Trueba dijo sin cortarse un pelo que “todas las dictaduras, las de derechas y las de izquierdas, son para mí de derechas, porque nadie que diga que es de izquierdas o revolucionario tiene a la gente sojuzgada. Eso es reaccionario”.

El riesgo de tal aseveración no es lo que implica en sí en términos históricos, sino lo que puede suponer cara al enorme trauma que soporta secularmente la derecha en esta país. Hablar de progresía implica, necesariamente, contar el cuento como querría Marx. Decir futuro, al parecer, conlleva someterlo al juicio de los únicos capaces de decidir si el mismo es viable a los ojos del buenrrollismo ilustrado.. Unos jueces que son, claro, los de las izquierdas. Perdón, más concretamente, los de un único partido de izquierdas que monopoliza las teóricas ideas hippy-progre-feministoides. El único capaz de hacer y deshacer el mismo camino y que parezca que se hayan andado cientos de kilómetros.

No, las dictaduras no son ni de derechas ni de izquierdas. Son de animales. Son de sociedades retrasadas y ancladas en tibias promesas -todas- de una unidad de destino en torno a una misma idea fatal. Que bien puede ser la de que los judíos no merezcan vivir simplemente por serlo como la que impulsaba a Stalin a enviar hasta a familiares suyos al Gulag simplemente porque no le veneraban lo suficiente.

Las dictaduras son daltónicas y astigmáticas. No entienden de colores ni formas políticas. Destruyen la conciencia de libertad desde la raíz.

Y lo que es inconcebible es que a estas alturas de la película haya aún quien se quiera atribuir el derecho eterno e inmortal de ponerle a unas ideas o a otras sambenitos imperecederos.

Tengo amigos socialistas que hablan de la democracia a lo felipista y otros peperos que la pintan a lo aznariano. Ninguna de las dos tendencias me hace feliz ni me reporta una confianza ciega en el sistema. Pero nunca teñiré sus ideas con la sospecha de un pasado tibio que, como todos los pasados, sólo el tiempo puede difuminar.

De una puta vez, si puede ser, y pronto.