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Tonicruz

Dolor y placer

Epicuro tenía razón. En parte. El hedonismo, en puridad, no puede ser concebido sin una parte alícuota (o proporcional, al menos) de dolor. Me aclaro. Toda melopea, borrachera, cogorza o curda que se precie y que provoque una sensación intensa de gozo bacanal traerá como consecuencia una resaca lastimosa e insaciable (sobre todo insaciable de agua y antiácidos).

Ahora que muchos recogen el rastrillito, la colchoneta y el ánimo, conviene recuperar el aliento y pensar en que todo lo que de bueno tiene la vida. El trabajo es la resaca de las vacaciones. Ese incordio en forma de trajes, corsés, compromisos y horas interminables y vacías. Pero también es el estímulo para acercarnos al placentero nirvana de un nuevo julio u otro agosto. Cotejen, si no, su empleo con un matrimonio. Casarse, dicen, es estimulante al principio. Un corto pero intenso atajo hacia la monotonía de la convivencia eterna entre dos tozos de carne que irán decrepitando simultáneamente. Y que, en ese tránsito hacia la muerte, se consuelan con imaginación y paciencia. No hay otra.

Sean sus trabajos matrimonios o simplemente incentivos, traten de no deprimirse. Si el dolor no cesa, simplemente, véanlo como  un camino hacia la expiación (si son del Opus, claro) o tal cual un leve tributo del destino por la suerte de vivir en un mundo en el que se gozan de varios meses de vacaciones. En otros lugares, simplemente, el infierno es el hoy, el ayer y el mañana. Triste consuelo. Y nada epicúreo. Lo siento.

 

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