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Tonicruz

Luna llena

Escribo mientras Córdoba se desnuda. Desprovista de su manto ciudadano parece otra. Huérfana de acción. Iluminada con una luna llena que ridiculiza y humilla todos los neones. En perfecto y único concierto con su letanía de adjetivos que la encumbran como una de las más hermosas en su género. Con su recogimiento secular e irrepetible. Absurda. Genial. Manchada de tiza y cal del tiempo. Ajena, de paso, a él.

La luna, claro, es plural. Foco de caras que visitan siempre de noche. Las que hacen balance con el paso del día y la llegada de la noche. Como fantasmas, aparecen todos los gestos que han sido inmediata y transitoria noticia para el ego (que, no lo nieguen, es lo más importante para todos).

Hoy, iluminado por neón y luna (más por lo segundo) me evoco votando. Recuerdo el rostro de una cincuentona cascuda y repintada acercándose a la urna con su niña (niña bien, claro, vivo por el centro). Pienso en la frase que le dijo mientras compartía sus preocupaciones con los (sobre todo las) componentes de la mesa electoral: "No, mi niña sabe bien a quién tiene que votar. Por lo que le conviene". Ella -la niña en cuestión- acataba con sonrisa de cartón piedra la chanza de su progenitora como quien la ha escuchado muchas veces. Como el perro de Paulov moviendo su cola. Pero sin cola. Creo.

Veo hoy también, claro, mi cara reflejado en la piscina de mi propia indiferencia. Observo cómo, ajeno a lo que me rodea, prescindo de conocer los resultados electorales en pro de una mejor compañía y una incomparable situación. En el fondo del agua, supongo, el destino. El futuro que nos espera y que no podemos, generalmente y se pongan como se pongan, decidir del todo. Básicamente porque en ningún caso hemos sido preguntados a la hora de decidir nuestro orígen ni nuestro pasado. Como la niña y su puñetera madre.

Y ahora, justo antes de entrar en la cama guiñándole por última vez el ojo a esta luna llena que no se cansa de brillar, veo sombras por todas partes. No son desagradables. Son tenues. Eclécticas. Incalificables. Son, quizás, el sueño del tiempo que va pasando y que apenas se resiste ante más de mil lunas llenas.  

Son las tres. Yo creí que eran las dos. Mejor me voy a dormir.

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