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Tonicruz

¿Qué crisis?

“Un grupo de comunistas liderados por un hombre barbudo asaltan un supermercado en un pueblo de Andalucía”. Podría ser un excelente arranque para una novela milenarista. Podría ser uno mejor aún para una bimelenarista, toda vez que ya el miedo a Dios ha dado paso al miedo a los mercados. Y estamos acojonados.

No me creo la crisis, que es lo mismo que decir ahora mismo que no creo en la Providencia. Siempre pensaré que la coyuntura económica es tan reversible como la pura voluntad de querer mejorarla. El problema, tan simple que hasta Occam podría haber aplicado su navaja para explicarlo, es que quienes más han acumulado prefieren seguir manteniendo sus prebendas durante el máximo tiempo posible. Y así seguirá siendo, porque estamos avocados a una lenta decadencia interesada del común para enriquecimiento del singular. Del multimillonario.

El otro día debatía con una amiga sobre el hambre en el tercer mundo y su conveniencia para el primero. ¿Acaso en Zambia o Botswana no viven en una continua crisis? No es una crisis, sino un perpetuo desamparo. No interesa, claro, en los dos sentidos del verbo: ni a los medios les supone una información tan relevante como para darle la misma publicidad que se le da al marco económico en el que (supuestamente) nos movemos; ni tampoco a los que controlan la situación en el mundo civilizado, quienes prefieren el retraso, la hambruna y el desorden para imponer su orden. Lo peor, acaso, es que tampoco nos interesa a nosotros para seguir cebándonos en nuestra opulencia derrochadora.

Por eso, ¿qué crisis? ¿dónde está la crisis? Crisis las de otras épocas, cuando una plaga de filoxera, un granizo o la peste bubónica mermaban la población o la obligaban a emigrar. Eran crisis, precisamente, por lo irremediable. Por el puro pánico a lo desconocido y por el terror ante una posible falta de recursos.

Pero...¿ahora? Sobran los recursos, abundan los cerebros y estamos lanzando misiones a marte. El ser humano ha alcanzado un estado de evolución casi divino en el que únicamente nuestros propios escrúpulos nos impiden reproducirnos por esporas.

Esto que ahora llaman crisis no es sino una revolución francesa a la inversa. Un palo continuado a la clase media. A los pequeños burgueses que se zafaron del opresivo viejo régimen a base de cortar cabezas y que ahora ven peligrar su vida en la inopia y su comodidad en forma de otro tipo de (re)cortes. La ventaja que tienen los que siguen acumulando capital, esa pequeña cúpula de omnímodo poder que llaman eufemísticamente “los mercados”, es que esa burguesía vota moderadamente. Son los rancios simpatizamentes de PSOE y PP los que ahora -aletargados en su hastío familiar- no saben cómo actuar.

Los pobres, los desheredados de la tierra, sí que lo saben: optan por -en un arrebato romántico- asaltar supermercados y repartir viandas entre los pobres. Como si fuera a solucionar algo. Como si fuera a solucionarlo todo.

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