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Tonicruz

Mi abuela

Esta mañana ha muerto mi abuela. He tenido la suerte de tenerla a mi lado durante muchos años. De escucharla, a veces, y de no escucharla, otras. De recibir de ella, por supuesto, mucho más de lo que le he dado. Ahora no sé cómo contar lo mucho que la voy a echar de menos. Ni las dudas que me asaltan cuando veo su cuarto vacío. Su cama sin deshacer y su asiento frío. Es como si, con su marcha, se me cercenara definitivamente gran parte de mi irredenta juventud. De mi locura.

Porque estoy convencido de que ella era en el fondo una idealista, como yo. Sólo así se entiende que siempre, a diario, me preguntara si me pagaban por mi trabajo. Sabía que no podría ser feliz si no hiciera lo que me hace feliz. Si, en cierto modo, no fuera como yo soy. Por eso respetaba mis deseos de libertad y mis ingenuas pretensiones de ganarme la vida con una profesión tan mal pagada como la de periodista.

Dedicó su vida a ayudar a quien lo necesitaba colaborando hasta presidir una ONG. Lo hacía como fórmula de sentirse viva. Por eso, cuando perdió vista lloraba en silencio. Por no molestar.

Me quería muchísimo. Lo sé. Hoy me he enterado gracias a su cuidadora y amiga Gladys de que hace apenas tres días soñó con una gran fiesta a la que ambas iban a acudir. A una en la que se iban a poner muy guapas. A una en la que la música, según añadió, la iban a poner otros.

Creo en la eternidad por la vida. Sé que ella ha hecho suficiente rédito como para no ser olvidada. Y tengo claro que, mientras a mí me quede un aliento, ella estará dentro de mí. Para siempre.

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