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Tonicruz

Mi abuela

Esta noche mi abuela no fue capaz de recordarme. Le pasa a veces, sólo por las noches, cuando mi madre se acuesta en la cama de al lado de su habitación para acompañarla. Yo me pregunto si esa suerte de amnesia pasajera no será, más allá de problemas de riego normales a los 91 años, una suerte de defensa pasajera de nuestra propia subsconsciencia.

Yo no sé lo que querré cuando tenga -si es que llego- la edad de mi abuela. Ella siempre ha leído. Siempre ha vivido. Siempre ha querido valerse por ella misma desde que el sol aparecía hasta que se ocultaba. Ahora, claro, no puede caminar sin ayuda de un bastón. Apenas ve, o ve mal. Ya no puede leer lo que escribo. Ya no puede, ni siquiera, a veces entender que redacto a través de una pantalla para que poca gente me lea (aunque lo pueda hacer todo el mundo).

Por eso, lo mismo me olvida únicamente por las noches porque no le queda más remedio que hacerlo. Porque su mente, cansada, no quiere almacenar más recuerdos que, llegados a un punto determinado, empiezan a sedimentarse como camino sin retorno.

Yo quiero mucho a mi abuela y me duele no poderme revelar ante su propia vejez. Pero lo mismo no sería justo que un cuerpo sea plenamente consciente de que ya no le cabe más que aprender. Más que almacenar. Más que soñar despierto.

Cuando mi abuela me pregunta que quién soy, algo que sólo le pasa por las noches cuando el sol ya no la alumbra, yo le doy un beso y le respondo que sigo siendo yo. Su nieto. El mismo de siempre, al que acunaba hacía treinta años. Aunque sea mentira.

1 comentario

José Luis -

Que tema tan complicado. Mi abuela estaba llena de vitalidad, nos invitaba a comer a su casa, le encantaba ponernos de comer, ir y venir de la cocina mientras nosotros estábamos allí. De repente, un día como otro cualquiera estaba en un hospital con un infarto cerebral. Una de esas cosas que suceden para sacudirnos de nuestras plácidas vidas. No todo permanecerá siempre igual, las cosas cambian y con el tiempo, suele ser a peor.

Mi abuela se recuperó de aquello pero ya nunca ha vuelto a ser la misma. Ya no puede vivir sola, ni ponernos de comer. Ella se resiste a que siempre vaya a ser así pero todos sabemos que las cosas no han de cambiar a mejor, incluso ella lo debe saber.

El inexorable paso del tiempo que un día nos dice que nuestra juventud no será eterna, que de hecho ya se está acabando y que a la vuelta de la esquina, cuando ni siquiera nos demos cuenta, todo habrá pasado.