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Tonicruz

Madrid, 2016, siempre

 

Viví en Madrid siete años. Viví Madrid siete años. Por eso, y por muchas cosas más, la votación del otro día en Copenhague tuvo mucho de sentimental para mí. Me dolió mucho que no ganara. Que no ganásemos. Porque si algo de bueno tiene Madrid –al menos yo lo siento así- es que te agarra por los machos y por el corazón cuando llevas un tiempo.

Al principio, como una amante rebelde, agobia. Aturulla. Sientes el metro como una cotidianeidad insoportable. Afrontas los largos desplazamientos, desde la mentalidad provinciana, como un vía crucis.

Pero luego, cuando uno se va, añora la libertad. El anonimato. El caminar sonriente por no temer una mirada hostil de un conocido o desconocido. Un paseo por el Prado, un sándwich de Rodilla, un café en La Latina, una copa en cualquier garito…

Nunca me he sentido tan libre como en Madrid. Nunca volveré a sentirme tan libre como cuando vivía en Madrid.

Por eso, y porque tampoco he vuelto a hacer (y créanme que sigo haciendo deporte) tanto ejercicio como cuando estuve allí residiendo, el otro día me coloqué una gorra alusiva el evento que nunca se producirá y crucé los dedos.

La política mundial, una vez más, se conflagró contra una de las capitales del mundo. Y digo bien. Porque quien conozca Madrid de noche y la sufra luego de día sabrá que es imposible concebir la universalidad sin disfrutar de la más cercana de las universalidades. Esa que, para un imbécil provinciano como era (y sigo siendo) yo cuando llegué a mi Colegio Mayor Aquinas, representaba la ciudad más grande de mi nación. Mi libertad. Mi vida. Mi todo. Gracias una vez más, Madrid.

 

1 comentario

salvi -

Y tanto...Yo sin haberla abandonado ya la hecho de menos porque se que algún día me iré. Habrá que dejar a la amante para volver a la mujer fiel para toda la vida...