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Tonicruz

Fumatas y fumetas

No voy a exponer aquí los múltiples motivos sanitarios que avalan la prohibición de fumar en recintos públicos. Tampoco las numerosas inexactitudes y estupideces que también contiene la nueva ley. Ni siquiera mencionaré los macarrónicos argumentos que pregonan los que tratan de convertir el debate en una cuestión casi vital. Como si fuera un desliz de la Democracia, un atajo hacia el (risas) fascismo (de todo lo mencionado únicamente constataré que los únicos que no podían decidir hasta el momento si llenarse de alquitrán los pulmones o no eran los fumadores pasivos).

No centraré esta pequeña reflexión sobre los fundamentos de la ley primero porque me parece que caen por su propio peso y segundo porque sea justa o injusta “dura lex sed lex”, así que como ya no se va a cambiar mejor mirar hacia cómo está funcionando su aplicación en una sociedad tan cerrada al cambio como la española.
Cuando Esquilache quiso castrar las largas capas que servían de cobijo a muchos malhechores Madrid se le echó encima en 1766. Así que por mucho menos de lo que se propone desde el dos de enero esperaba que se quemaran efigies del Rey sancionador y, por supuesto, que se linchara a Zapatero y sus Ministros en la puerta del Sol. Sin embargo, exceptuando a quienes cargan por motivos ideológicos, la siempre parte interesada de los hosteleros y tabaqueros y los débiles de cuerpo y mente que no pueden ni defecar (es literal) si no se meten su dosis de alquitrán matutino, la mayoría de los españoles no se ha tomado tan mal la nueva normativa.

Estuve en Coruña el miércoles de Reyes y salí por la noche. Casi todo el mundo asumía con normalidad algo que desde hace ya un lustro se practica en casi toda Europa. Que para fumar tienen que salir a la calle, haga frío, truene (como pasaba en Galicia) o nieve. ¿El resultado? Acabé la noche tan cansado como siempre que trasnocho, pero sin el tufazo a nicotina en pelo, jersey, pantalón... Eso por fuera. Por dentro supongo que casi todos mis órganos estarían extrañados bailando una polca por la liberación del yugo del pitillo.

Sé que hay bares y baretos que buscarán triquiñuelas para eludir la Ley. Me parece bien, porque serán los mismos lugares a los que espero no ir en un futuro inmediato. Confío, por otra parte, que mis muchos y buenos amigos fumadores se den cuenta de que su vicio es insano precisamente porque no es un vicio, es un hábito. No fuman por placer, sino por costumbre. Por acompañar a la copa o a la conversación. Mil veces más útil (y no mucho más nocivo) es el porro. Por eso me parecen absolutamente tolerables los coffe-shop, sobre todo porque la gente va a lo que va en su gran medida.

El problema es que ahora, para muchos, fumar se ha convertido en una especie de heroico acto de transgresión. Y vi el miércoles (y veré) encargados de los locales nocturnos regañando a clientes y persiguiéndoles cada vez que trataban de encender una colilla, que se ha convertido en la particular Colada de los adalides del fumetismo. El espectro sociocultural de este nuevo rebelde sin causa pero con mono es difícil de definir. Se dan la mano progres neohippys y carcas intereconómicos. Maduros inseguros y adolescentes que apenas han salido de la edad del pavo. Allá ellos con sus humos (malos). Al menos ya están del todo retratados con el año nuevo.

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