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Tonicruz

Mis clásicos

Eran otros tiempos. En mis clásicos las plantillas tal vez fueran peores. Tal vez menos ricas y tal vez menos mediáticas. Muchas veces ni Real Madrid ni Barcelona eran los mejores equipos de España. A veces ni siquiera competían por ser los primeros, pero daba igual. Apetecía mucho ver esos encuentros, que no necesitaban 365 días al año de publicidad para ser grandes. En gran medida porque no suponían el único entretenimiento para el campeonato. El único partido que podía decidir la competición.

En mis tiempos, antes y después de un clásico los españoles se mofaban del rival y se picaban entre sí, pero no solían insultarse. Tampoco tenían detrás decenas de tertulianos que se dedicaban a machacar durante varias horas al día al contrincante y mezclar churras (deporte) con merinas (política).

En los clásicos con los que yo crecí había alternativas. Dos equipos se disponían para -rivalizando en méritos- ganar al eterno enemigo usando todas las armas posibles. Vencer era el principal objetivo, por supuesto, pero el estilo (golear, humillar, descomponer al enemigo) era igualmente importante. Por eso unas veces machacaba uno al otro y otras el otro al uno. Y nunca existían complejos ni temores previos.

Claro, en mis clásicos había patadas. Y pisotones. Y Buyos y Stoichtkovs. Pero hasta ese elemento imprescindible tenía un sabor lejano al matonismo de Pepe o al teatro de Busquets. Aquellos golpes lejanos, cuando se producían, generaban también litros de tinta y reacciones de toda índole, pero nunca en España se le deseaba la muerte al otro ni se aplaudían o comprendían puñetazos o fingimientos.

En mis clásicos, en suma, a veces me aburría y otras me entretenía, pero siempre acababa satisfecho por haber vivido una fiesta del fútbol español antes, durante y después de los noventa minutos. Desde hace un tiempo y por todo siempre acabo de ver los Madrid-Barça y Barça-Madrid con una gran sensación de añoranza de tiempos mejores. Será que me estoy haciendo viejo.

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