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Tonicruz

Misantropía

Atravieso de puntillas la liviana frontera entre la simple resignación ante la maldad humana y la misantropía. Leo en un libro de Eslava Galán que el Ministro franquista de Exteriores Alberto Martín Artajo dejó escrito que los españoles son “intransigentes en sus juicios y opiniones (…), indóciles, indisciplinados (…) No sienten como propios los asuntos comunes, rehúyen participar en el gobierno de las cosas de todos visto que de ello no se les sigue provecho personal. Por eso, aquellos que quedan fuera de los cargos públicos juzgan maliciosamente a quienes los ocupan, pensando que ellos se enriquecen”.

El hombre en España, creo, no es un lobo para el hombre como sostenía Hobbes, sino un lobo para los hombres que son corderos. Es mejor odiar que amar. Está más de moda. Me gusta desear paz, pero no sé si es el camino más deseado o el más inteligente. Si es el más sensato.

Para colmo, llegan las elecciones en breve y la estupidez de la clase política empieza a chorrear por los cuatro poros de la península. Unos, los que han mandado, empiezan a arrinconar el que lo ha hecho mal apurando su gobierno para empantanar más la economía y la sociedad. Mientras tanto, los otros (los que se han debido oponer) no son capaces de plantear alternativas lúcidas para arreglar el desaguisado.

Es, en suma, una guerra por demostrar que el otro es más tonto. Y lo hacen, ambos, sin descaro.

Misantropía, señores, misantropía. Odien al prójimo con todas sus fuerzas porque, por definición, él lo haría si pudiera si es que no es su igual. Lo mismo a aquel al que hoy le dan la mano se la cortaría si pudiera. Lo mismo quien le da una palmadita en el hombro guarda bajo su manga un puñal finísimo con el que, rastrero, poder sajar su alma sin piedad cuando no se den cuenta.

Tal vez así no vivan tan felices, pero al menos sabrán donde viven.

 

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