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Tonicruz

Un puño negro

Trabaja en un semáforo cerca de mi casa. Cada vez que mi coche tiene que detenerse en su jurisdicción, como en un reflejo instintivo, compruebo si tengo o no calderilla. La mayoría de las veces, tenga o no, no le doy dinero. Otras sí. Si mi ánimo está alto o bajo le ofrezco una moneda de cincuenta céntimos o un euro por algún paquete de pañuelos desechables. Y me siento -¡Seré imbécil!- generoso. Y pienso que contribuyo al equilibrio mundial. A reestablecer la paz entre su realidad y la mía. Entre mi inmerecida suerte y la suya.

Muchas veces le miento. Muestro una sonrisa que esconde cierta incomodidad y le indico, forzando mis gestos como si no me fuera a entender, que no tengo nada para él. Entonces me pide que baje la ventanilla del coche. No quiere rogarme ni suplicarme algo con lo que pueda comer. Su única intención es que choquemos nuestros puños. Su piel es carbón zaina y curtida. Su palma blanca, color leche como el marfil de sus dientes. Puro. Mientras nuestros puños chocan noto que mi aspecto es igual que el suyo, pero a la inversa. Soy blanco por fuera pero, mintiéndole aunque sea sonriendo, por dentro me pesa el hollín residual de esta sociedad despersonalizada y sin alma.

El semáforo se pone en verde y puedo volver a rodar hacia mi destino. Siento alivio y apenas recuerdo la anécdota durante unos segundos. Él se queda en su semáforo haga calor o frío. Con sus pañuelos desechables y su sonrisa. Le mientan o no, siempre chocará su puño con quien le quiera bajar la ventanilla de su coche, pero a nadie le dolerá ese golpeo.

1 comentario

capitan-alatriste -

Hacemos como si no existieran. A veces, a algunos nos reconcome la conciencia durante uno, dos minutos después, otras veces los recordamos frugalmente durante algún momento de nuestras vidas, y en los peores momentos, nos dan para escribir un poema, o un precioso texto como el tuyo, pero la sociedad ha sabido protegernos de eso. Son como pequeños dolores pasajeros, tenemos la capacidad adquirida de olvidar rápido, de no detenernos a pensar. Una forma invisible y práctica de no volvernos locos.