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Escocia mágica (II):Rosslyn

Rosslyn es un pequeño pueblo en la región de Midlothian. Se encuentra a unos 45 minutos de Edimburgo en autobús, el 15 de la Midlothian Line, que se puede tomar en Princess Street. Se llega a un paraje precioso, de campiña, en el que aún pastan excelentes y rollizas ovejas blackface. En Rosslyn, hoy escapada veraniega para los edimburgueses, hay un pub recién remodelado, un hotel de tres estrellas con terraza recién remodelado, una iglesia que parece recién abandonada y un puñado de establecimientos que parecen casas particulares. Todos en torno a un par de únicos ejes que están, igualmente, totalmente remodelados. Y allí está la Capilla más impresionante de Escocia (con la fachada llena de andamios, en remodelación, claro).

La Capilla de Rosslyn ha cobrado fama desde que el libro “El Código da Vinci” la convirtiera en escenario de su último capítulo. Inmerecido sería pensar en ella únicamente por esta anécdota. Es un escenario tan melancólico, tan inacabado y tan intrínsecamente oculto que no necesita carta de presentación.

Maíces legendarios y hombres verdes

Fue comenzada a edificar con ínfulas de Catedral por un señor llamado William Sinclair en 1446. Es importante la fecha, porque lo primero que no cuadra es que en un par de ojivas de uno de sus ventanales están claramente esculpidas varias mazorcas de maíz. Teniendo en cuenta que la historiografía data el descubrimiento de América en 1492 y que las espigas de este cereal no habían pisado suelo europeo antes, la única explicación factible sería que el señor Sinclair, como buen templario que a buen seguro era, hubiera tenido noticias de una expedición de estos caballeros a Nueva Escocia (ahora Canadá) en la que -incluso- pudo haber participado. Allí habrían trabado amistad con alguna tribu indígena que, a buen seguro, les habría introducido en rituales ocultos que luego reflejaron en la Capilla. Sinclair, de origen normando, tenía porte de aventurero y como tal murió en la baja Castilla peleando con los moros en su afán por llevar el corazón de su amigo el rey escocés Robert The Bruce a Tierra Santa. Con su fallecimiento, Rosslyn se consolidó, como todas las cosas grandes, como una maravilla pequeña.

No es normal nada en la decoración de este templo. Ni las extrañas figuras conocidas como los “Green Men” que se cuentan por decenas en todas y cada una de las paredes y que parecen reflejar las edades del hombre. Ni la serena estampa de un Lucifer enmaromado y boca abajo en el lugar donde debería estar un altar dedicado a algún Cristo. Ni las escenas de los pecados capitales mezcladas con las virtudes teológicas. Ni el espectacular Pilar del Aprendiz, bajo el que dicen se encuentran los Evangelios Apócrifos o la mismísima cabeza de Cristo o de Juan El Bautista (la que sería representación mítica de Bafomet, al que adoraban los Templarios, poniéndole cuernos para hacerlo más poderoso).

Pero lo más extraño del complejo son las 213 almohadillas grabadas y esparcidas -de forma aparentemente aleatoria- por sus pilares. Cuentan que representan notas musicales que, ordenadas, compondrían incluso un motete. ¿Qué melodía podría estremecer las entrañas de este lugar donde -como todo en Escocia- se confunde el hoy con el ayer y la muerte es la mejor aliada de los vivos?

Con o sin sugestión, requerí casi dos horas para recorrer y escrutar todos los rincones de este pequeño edificio medieval. Y, cuando me marché, tuve la sensación de que mi paso por aquel enclave había sido tan fútil e insignificante como inmensa nuestra ignorancia sobre todo lo que nos rodea. Sobre lo que se ve y, sobre todo, lo que no se ve incluso teniéndolo delante.

P.S: Tuve que esperar más de media hora larga el autobús de vuelta y me dediqué a pasear por el campo, que no estaba recientemente remodelado y olía bien. A estiércol.

 

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