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Escocia mágica (I): Edimburgo

Escocia es el mejor lugar del mundo para que convivan los muertos con los vivos. Su historia, su luz, el ambiente, incluso la idiosincrasia de sus habitantes conforman un sugerente cóctel al que no se puede ser indiferente. Ni vivo ni muerto. Un país de cinco millones de personas en el que no cabrían los veintitantos millones que, en una hégira que arrancó cuando Gran Bretaña empezó a colonizar el mundo, se encuentran dispersos por todo el mundo. Una nación que tuvo que renunciar a su independencia únicamente porque estaba en la quiebra, en 1707, después de intentar colonizar Panamá.

Edimburgo es su capital sentimental y monumental. Se divide en dos ciudades viejas a la que una llaman nueva porque tiene tintes victorianos en comparación con la medieval y deliciosamente sórdida zona que rodea al castillo. Es de esas urbes medianas (500.000 habitantes) en las que conviene pasear con las entrañas abiertas. Una gaita joven casi siempre suena enfrente de la National Gallery, que ofrece una colección muy completa a disfrutar en un ambiente muy íntimo. Cerca, también bordeando Princess street, un templete en honor a Walter Scott, a quien veneran tanto como al también literato y muy romántico Robert Burns. Incluso el 25 de enero, ayer mismo, celebran su cumpleaños con alharaca. Su poema Auld Lang Syne (que significa algo así como “Hace mucho tiempo”) representa el espíritu melancólico e irredento del pueblo escocés. 

Del Castillo a Calton Hill, los muertos colean

Garante de su independencia (al menos en alma: Alba, gu brath) dentro de una federación de naciones como es Gran Bretaña, el castillo edimburgués se erige en lo alto de una colina rematando, de paso, la Royal Mile, una calle que debería ser más empinada y sobre la que gravita gran parte del flujo turístico de la ciudad. Es más bonito por fuera que por dentro, pero alberga una interesante colección de objetos militares y la Piedra del Destino, sobre la que se coronaban todos los reyes escoceses. Encima de ella dice la leyenda (y el Génesis) que apoyó la cabeza Jacob mientras soñaba con su fantástica escalera. Mucho más prosaica y efectiva es la Mons Meg, una monumental bombarda belga usada en asedios medievales. Sigue apuntando, por si acaso, mirando al sur. 

Bajando al burgo ya de noche se debe hacer alguno de los múltiples recorridos fantasmales que se ofertan. A las 21.30 parte uno en español que es fácil de reconocer. Le pueden meter a uno por los sórdidos recovecos de lo que antaño era el South Bridge, un cúmulo de cámaras a cual más acongojante repletas de misterios. Antaño aquel lugar era punto de encuentro de prostitutas, tahúres, mercaderes de cadáveres y demás gente del lumpen. El Ayuntamiento decidió a finales del siglo XIX clausurar el puente ante el temor de un derrumbamiento (y por higiene pública, claro) y desde entonces se ha convertido en lugar de peregrinaje para curiosos y aficionados a lo que no se ve, pero se siente. Y se siente mucho. Yo vi llorar a varios miembros del grupo con el que me adentré en esas intrincadas catacumbas. Sobre todo después de visitar el cobertizo donde mora el fantasma más famoso del lugar, el de una niña que se perdió y que, dicen, aún saluda de vez en cuando a los visitantes más incautos. 

Más miedo incluso genera el cementerio de Greyfriars. Aparte de ser una preciosa muestra de arquitectura neogótica, permite otear el lugar donde fueron encerrados en 1647 unas centenas de Covenanters, unos rebeldes presbiterianos que allí sufrieron hambre y sed (les tenían a pan y agua) hasta morir por culpa del malvado “Sanguinario Mackenzie”, un fiscal cuyo fantasma sigue provocando problemas en el Greyfriars. Más de 500 ataques (no es broma) inexplicables se han sufrido en ese camposanto desde 1988. Algunos visitantes salen del lugar en estado de shock y con extraños moratones. Tan fuerte es la sensación que el Ayuntamiento ha decidido cerrar la entrada de su tumba y la del lugar donde padecieron los Covenantes con sendos candados. Para que no salgan a pleitear cuando nadie les vigile. Sólo con un consentimiento informado por escrito se puede visitar esos tenebrosos hogares de muertos. Yo lo ví desde fuera. Fue suficiente. 

Merece la pena también (de día, eso sí) subir la pendiente a Calton Hill. Desde allí las vistas de la ciudad son excelentes y, además, se respira profundamente el verdísimo color de este país. Allí mantienen, como símbolo de su inacabado proyecto de Estado, el Monumento Nacional. Un Partenón a medio hacer que iba a recordar los muertos escoceses por Gran Bretaña en las guerras Napoleónicas. A su lado, sí finalizado, un homenaje al Almirante Nelson que no le hace justicia. 

Historia, fútbol y copas

Más. Está la Edimburgo histórica, magníficamente explicada en el National Museum. Y la Edimburgo literaria, cuyo último exponente es el café Elephant, en el que J.K. Rowling escribió gran parte de Harry Potter. El resto, es de suponer, lo completaría en la enorme biblioteca que hay a su vera. La sopa de tomate del Elephant está buenísima y es barata.

El fútbol, eso sí, languidece en Edimburgo ante su vecina Glasgow. Easter Road, campo del Hibernians, está un pelín alejado del centro, aunque cuenta con una tienda oficial de primer orden (no es novedad en Gran Bretaña) y en la misma calle hay otra que se llama Football Memorabilia a la que todo buen fanático debe acceder y gozar en silencio respetuoso de los miles de recuerdos colgados de sus reducidas paredes siempre que los eructos de su propietario se lo permitan. 

Grass Market, antaño lugar de ejecuciones, es hoy el epicentro de la marcha nocturna en Edimburgo. La fiesta acaba a las tres, por eso merece la pena empezar temprano en cualquiera de los miles de pubs (recomiendo “The Standing Order”, muy elegante y barato: 3.50 libras un generoso vodka-red bull) para continuar con atrevimiento en el Opium (ojo a sus noches de karaoke heavys, muy entretenidas y donde se vive el auténtico desmadre escocés) y acabar siempre en Spionage, con cuatro plantas para gozar. 

Noche, día. Muerte y vida. En la bellísima Edimburgo casi todo se confunde y vive en dinámica armonía. Por eso sus habitantes deben comerse con tantas ganas sus incomprensibles haggis.

1 comentario

Javij -

Escocia es un lugar que nunca te cansas de visitar, multitud de rincones llenos de historia o historias. Por mi parte espero volver pronto.
P. D: un lugar muy aconsejable.