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Andrés Montes, el dandy

Cuando alguien se muere todo el mundo ha sido su amigo. Todo el mundo le ha conocido y todo el mundo se ha tomado mil copas con él. Yo nunca conocí, creo, a Andrés Montes. Ni siquiera cuando estuve en Madrid y comprobé -más o menos- cómo funciona el periodismo deportivo capitalino coincidí en una farra con ese hombre.

Sin embargo, sí que me he podido crear una imagen tanto profesional como personal del periclitado compañero de profesión. Y creo que lo que mejor definía su personalidad era su pajarita. Cualquiera que, como el Reginald de Saki, sea capaz de vestir de una manera anacrónica demuestra ser un valiente. Un dandy.

Y, como dandy, buscaba perpetuamente -era su condena- la distinción. Eso, en un país tan mediocre como España en lo intelectual, rechina. Hay quienes quitaban el sonido de la tele para escuchar la radio hasta que él empezó a narrar. Otros le cogieron tirria a sus indefiniciones y sus momentos de confusión motivados porque él era un locutor de basket reconvertido a pelotero. Nadie entendía eso en una órbita tan oscura como la del "júrgol".

No era zafio. No era grosero. No abusaba de los chistes tópicos ni se reía de la incultura como algunos compañeros de las ondas que se regocijan porque en su pueblo no sepan pronunciar el nombre de un futbolista alemán o uzbeko.A él le echaron de una cadena a pesar de ser más sabio, tener más elegancia y personalidad que cualquiera de los demás narradores que ahora triunfan (sobre todo e insisto...más que ciertas estrellas catetas de las ondas).

Aún no se sabe de qué murió. Pero yo sí que sé de lo que no lo hizo. De vulgaridad. Por eso, por ser distinto, gracias de un colega (que se lo cree) que nunca te conoció.

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