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Tonicruz

Hasta luego

Uno nunca se puede terminar de despedir de lo que, en parte, siente como suyo. Hoy dejo de pertenecer de una manera al Córdoba C.F. para retornar a las filas de la mejor afición del mundo. No debo estar triste.

No sé con qué me quedaría de tres años inolvidables. Imposible con una sola cosa. He pasado momentos buenísimos, otros menos buenos y otros -no voy a ocultarlo- nada más que regulares. 

No tenía ni idea de cómo narrar partidos y había hecho muy poquita radio antes de entrar en CCFR, pero asumí el reto convencido de que podía echarle una mano al club. Y empecé haciéndolo fatal, incluso pensé en dejarlo alguna vez... pero...¿cómo le dices que no a seguir en el Córdoba? Poco a poco traté de mejorar. A mi modo. Un poco friki, me figuro, pero sincero. Contaba lo que veía -bueno, casi todo, incluso cuando iba a orinar- y, bueno, pues me iba sintiendo cómodo gracias a que la gente que estaba al otro lado creo que se daba cuenta de que quien le contaba lo que estaba pasando sentía algo parecido.

Tuve una potra enorme. Viví el mejor año de la historia reciente de esta bendita entidad.  Ganábamos y jugábamos de escándolo y cuando en Vigo pude decir que entrábamos en play-off me quedé tan lleno de satisfacción que me acordé del padre de quien se reía de mí -bueno de mí y de todos los cordobesistas- por querer a este club cuando perdíamos. Eso me salió del alma. Luego no subimos, pero que nos quiten lo bailado.

La siguiente campaña fue más complicada. De un poco de rechinar de dientes y aguantar. No es fácil contar tristezas ni cantar malos resultados (de hecho, esos no los canto, los mumullo).  Eso sí, por aquellos tiempos se produjo lo del himno en el minuto 54 contra el Barcelona, que hizo que hasta algún alto personaje del club culé me dijera que sentía envidia de nuestra grada. Os lo prometo.

Y así llegamos a esta temporada que ha de ser la del ascenso, estoy seguro. No podré contar el gol que nos meta en Primera tanto tiempo después, pero lo viviré desde la grada del campo que sea. Eso lo tengo muy claro.

He tratado siempre de dar lo máximo por el respeto que siento por este escudo y , seguro que errando muchísimas veces, al final me voy orgulloso de mi labor y de mi esfuerzo. Ahora que me voy, sé que no hubiera ahorrado ni una gota de sudor ni una lágrima de las que haya podido verter durante este tiempo.

Agradezco la oportunidad y confianza depositada en mí desde el club, a todos los aficionados, componentes de CCFRadio (mantengo que es la radio del cordobesismo porque la sostienen aficionados enormes que ni cobran ni lo pretenden del club), compañeros en el estadio y amigos que he conocido durante este tiempo (es mi principal aval) y en especial me acuerdo ahora de mi querida amiga Lorena Sánchez (sí, ahora podré visitaros algún que otro fin de semana en Madrid).

Lo dicho, ya sabéis dónde me tenéis. Ahora no recuerdo su número...pero es uno de los palquitos de Fondo Norte. Un abrazo para todos y, de corazón, GRACIAS.

Treinta sonrisas

(ARTÍCULO DE OPINIÓN PARA CCFP-PUBLICACIÓN OFICIAL DEL CÓRDOBA C.F- DEL ENCUENTRO DE LA PRÓXIMA JORNADA 23 DE LIGA ADELANTE ANTE EL DEPORTIVO DE LA CORUÑA)

Me pidió cinco minutos. No es una persona rica. No es un jubilado de los que se encienden puros con billetes de cien euros. Me escribió: "Mira, estaba pensando en donar un dinerillo para entradas para el partido. Me gustaría compar treinta y darlas, por ejemplo, a los primeros treinta que se presenten con la tarjeta del paro. Pero quiero que sea anónimo". 

Lógicamente, aluciné, porque esa persona -joven y sin el futuro aún resuelto- ni siquiera podrá estar hoy en el campo, muy a su pesar. "No puedo gritar el sábado, así que...que lo hagan treinta por mí". 

No supe qué responder. Le di las gracias y le expuse que nuestro club tiene unos aficionados que no se merece. Esa persona me contradijo: "Claro que sí. Y me necesita a mí y a todos los que luchamos por él". 

Ya saben. Siéntanse importantes por pertecener a un club social donde caben personas como esta anónima donante que me pidió cinco minutos a cambio de treinta sonrisas.

Villa

(ARTÍCULO PARA CCFP-PUBLICACIÓN OFICIAL DEL CÓRDOBA C.F.- CON MOTIVO DEL ENCUENTRO DE LA JORNADA 18 DE LIGA ADELANTE CÓRDOBA C.F.-CASTILLA)

-¿Cómo estás, Pablo?

-Bien, bien. Toni.

No fui capaz de decirle más. Estábamos en una estación de servicio. Debían ser las tres de la mañana y aún nos dolía a todos ese último instante de La Romareda. Pablo Villa apuraba un cola-cao, creo. Charlaba con Luis Carrión, su segundo. Yo miraba desde una mesa cercana, sin querer molestar. Quiero imaginar su conversación. Y, aun resistiéndome a poner palabras en su boca que ignoro, me figuro que tratarían de explicarse cómo pudimos perder ese encuentro.

Ellos no culparán a la suerte, indiscutiblemente casquivana en este comienzo de Liga; ellos no culparán a los contratiempos, ni a las desdichas. Ellos seguirán –habrán seguido- trabajando. Y ya entonces, seguro, imaginaban cómo derrotar hoy al Tenerife mientras terminaban ese cola-cao con sabor a decepción.

Alguien –creo que fue Rafael Japón- escribió en twitter la pasada semana que cuando el fútbol le devuelva al Córdoba todo lo que le ha quitado durante tantos años pasaremos toda una campaña sin conocer la derrota.

Subo la apuesta. Si el fútbol fuera justo con lo que esta entidad y esta afición han hecho por él ya deberíamos haber saboreado el himno de la Champions –aunque fuera para perder todos los partidos que jugásemos- alguna temporada.

Y añado: si el fútbol fuera justo con currantes de casta y alma como Pablo Villa le brindaría la ocasión muy pronto de entrenar en Primera. Y con el equipo que quiere, el Córdoba.

A día de hoy, me conformo con que después de este encuentro no le tenga que preguntar a Pablo cómo se encuentra. Eso sería tan injusto como cruel.

Conversación

(ARTÍCULO DE OPINIÓN PARA CCFP -publicación oficial del Córdoba C.F.- PUBLICADO PARA EL ENCUENTRO CÓRDOBA-HÉRCULES DE LA JORNADA 14 DE LIGA ADELANTE)

-Papá, ¿cuáles son los buenos?

-Los buenos son los nuestros, hijo, los que van de blanco y verde. Los que meten allí, en aquella portería.

-Ah, ¿entonces los otros son malos?

-No, malos, no son. Son los que quieren ganarnos. Los que meten en la otra portería. Nada más.

-Entonces, ¿vamos a ganar seguro, no? ¿Verdad, Papá?

-No, hijo, seguro, seguro… no. Yo creo que sí, que ganaremos, pero porque siempre que vengo aquí creo que van a ganar los nuestros, pero… es posible que los otros nos ganen.

-Pero entonces, si no siempre ganan… ¿por qué los nuestros son los de blanco y verde?

-Pues mira, ¿te acuerdas del abuelo? ¿Sí, verdad? Pues hace muchos, muchos años tu abuelo se sentaba en un asiento parecido a éste, pero más duro, y hacía lo mismo que estamos haciendo nosotros, aplaudir a los que visten de blanco y verde. ¿Y a que tú querías a tu abuelo…?

-Pero… ¿y toda esta gente? ¿Todos sus abuelitos han estado sentados antes aplaudiendo a otros de blanco y verde?

-No, todos no han tenido la suerte que tienes tú. Pero todos, todos, todos los que están sentados hoy aquí, un día y sentados en un asiento ya blando como éste han hecho las mismas preguntas que tú. Y seguro que alguien como yo les dio las mismas respuestas que hoy te estoy dando a ti. Y ahora, venga, presta atención que Abel va a sacar un córner.

-Eso, eso, Abel…Abel es bueno. ¿Verdad, Papá?

Casta, Coraje y Fuerza

(Artículo para la columna de opinión de CCFP- publicación oficial del Córdoba C.F.- del 3 de noviembre para el encuentro Córdoba-Sporting)

CCF. Casta, Coraje y Fuerza. Así, en mayúsculas. Conceptos muy grandes. Muy sonoros. Tergiversables. Muchas veces enmascaran miserias. En otras ocasiones disimulan carencias. Son, en fútbol y para algunos, aliño para platos insípidos.

No aquí. No en este Córdoba.

Pablo Villa ha sabido ilustrar a sus jugadores, como ya hiciera la pasada campaña en el filial, sobre el respeto a unos valores supremos en este juego. Sobre el amor a unos colores. Sobre la espartana necesidad, en una categoría que no perdona, de la unidad y el compañerismo en un vestuario. Sobre la imperiosa obligación de que la camiseta siempre quede encharcada de sudor, los músculos agarrotados hasta el calambre y la cara –si es preciso- tiznada de barro y sangre.

Aquí no sobra nada. No todo –ni mucho menos- en este grupo es Casta, Coraje y Fuerza (insisto: así, en mayúsculas). Pero sin esos tres ingredientes ni las victorias serían tan bonitas ni las derrotas tan discutidas y discutibles.

P.S. Si leen esto y conocen nuestra historia, explíquenle al neófito de qué va esto de ser cordobesista. Si es de sus primeras veces en este estadio siéntese y disfrute del espectáculo. O mejor, no lo haga. Chille, involúcrese, sufra... Es más divertido, aunque suene antitético. Pero, por lo que más quieran… no hagan palmas en el tramo final del himno. Se pierde gran parte de su incomparable magia.

Ganar para reír

(Artículo publicado en CCFP -publicación oficial del Córdoba C.F.- con motivo del partido Córdoba-Sabadell de la jornada 10 de Liga Adelante 2013-2014)

En el célebre (y controvertido) discurso que Coppola escribió para la película Patton (año 1970), el famoso general –interpretado por George C.Scott-  espeta: “yo no apostaría el pellejo por un hombre que estando perdiendo... se riera”.

La derrota –en el deporte y en la vida- no es mala. Al contrario. Enseña y curte (y descubre rostros). Lo único que no se ha de tolerar es la laxitud en la caída. Admitir un comportamiento despreocupado después de no haber conseguido lo que se va a buscar puede ser  veneno perverso y plomo en el ánimo. El que ríe tras perder, no merece volver a jugar.

Cuento esto porque les veo tras perder. Y compruebo los semblantes serios, cabreados y disgustados de jugadores y restantes miembros de la expedición.

No, no hay risas en los viajes de vuelta en este grupo cuando se sufre una derrota. Ni debería de haberla jamás en un conjunto de profesionales que juegan con los sentimientos de tantos. De todos ustedes.

Saben –sabemos- la deuda contraída después de dos derrotas seguidas (la de Lugo la primera realmente merecida). Y hoy se van a dejar el alma, otra vez, por ganarse el derecho a terminar un partido sonriendo. Por ganar, en suma.

Cruz I y Cruz II

(Artículo para la CCFP -publicación oficial del Córdoba C.F.- del encuentro correspondiente a la 7ª jornada de Liga Adelante 2013-2014 ante el Girona)

Fran Cruz y Bernardo (Cruz) representan lo mejor del fútbol. El lado eterno de este deporte que, como escribe Galeano, debería ser “esa locura que hace al hombre niño por un rato”. Fran y Bernardo son hermanos. Si jugaran en la época a la que, por casta y por entrega, corresponden serían Cruz I y Cruz II. Son dos jóvenes que corren y pelean como hombretones –como templarios- cuando se enfundan la blanquiverde. Dos que, desde que nacieron, han sido (bien) educados bajo un mismo techo y atendiendo a unas mismas premisas.

Fran y Bernardo, Bernardo y Fran, compiten en el fútbol profesional de la mano. Y lo han logrado merced a su entrega, su derroche, su dedicación y su calidad. Nadie les ha regalado nada. Son muy exigentes consigo mismos: lamentan sus errores y minimizan sus gestas convirtiéndolas en epopeyas colectivas.

Hace dos jornada, Cruz II –Bernardo-, refrendaba que había sido un honor debutar en un grupo humano como en el que se encuentra. Que no le había importado esperar. El pasado domingo, cuando el partido había terminado en Jaén, Cruz I –Fran- se dirigió a la esquina donde los aficionados cordobesistas se concentraron en el estadio de La Victoria. Quería agradecerles de corazón los kilómetros, la fidelidad y el apoyo. Allí se topó con la hostilidad de un grupo de seguidores locales. Fran –como hiciera en Los Cármenes el pasado verano- se detuvo delante de los suyos, les miró fijamente, les aplaudió y luego se dirigió hacia los jiennenses que les insultaban para señalarles con sobriedad y estilo lo que es una buena afición. La nuestra.

Eso pasa poco en el fútbol ahora. Desgraciadamente. Por eso se necesitan muchos jugadores como los Cruz. Como Cruz I y Cruz II.

Así murió Actius, el mirmilón

(Cuento finalista en el VIII Concurso de Relato breve del Museo Arqueológico de Córdoba)

Sabed, mortales, que mi nombre es Actius, que fui un Mirmilón y que vencí seis veces en combate, a pesar de haber dejado este mundo a los veintiún años. Sabed también que mi esposa grabó en mi lápida que lo que cualquiera de vosotros desease para mí, ya difunto, eso mismo hicieran los dioses con él, esté vivo o muerto. Pero os quiero contar, ya en espíritu, cómo fallecí para que os sirva de ejemplo y de advertencia.

El día de mi muerte fue uno de Maius, mes de la abundancia, que era en la Colonia Patricia el preferido para los juegos circenses. Aquéllos en los que perecí los organizaba Lucius Iunius Paulinus, hijo de Publius, de la tribu Sergia. Duunvir de los colonos, para honrar su flaminado de la Baetica.

El camino hacia el Anfiteatro Claudio fue, una vez más, triunfal. Partiendo desde el Ludus de la ciudad, la única escuela de gladiadores de Hispania,  recorrí , entre palmas y vítores, el kardo máximo. Admiré el magno templo Imperial y, ya extramuros, me deleité con el recinto en el que tanta sangre y desventura había repartido mi gladius.

Iba a ser una tarde grande en el Anfiteatro. El ostiarius, cuando me recibió en la puerta, me advirtió de que las treinta mil plazas se iban a quedar escasas. El momento más destacado de la jornada iba a ser mi lucha con Cornelius Atticus, el Hoplomacus. Un balear que se preciaba de haber acabado con la vida de más de doscientos seres entre humanos y bestias.

No sentía miedo. Nunca lo tuve. Mi fama era local y la de mi rival se extendía a todo el Imperio, pero desde mi nacimiento en la Galia siempre combatí con éxito contra mi destino. Veía en la dureza de la lucha un guiño de los dioses. Además, siempre tuve claro que mi suerte debía ser morir saliendo por un Spoliarium y no crucificado en la Vía Apia, como cualquiera de los de Spartacus.

Conforme se acercaba la hora convenida para mi combate fui llevando a cabo mis rituales. Me despojé de mi recién adquirida toga purpurada, colocándome encima de mi cultivada piel ya untada de aceite la preceptiva túnica corta. Apreté fuertemente el cinturón de cuero ya curtido por el sol y el sudor y me ajusté mis protecciones en pierna izquierda y brazo derecho. Una vez me ceñí el myrmo, me concentré en el filo de mi afilado y corto gladio y lo golpeé con fe contra mi escudo. Únicamente con mi fuerza podía contar. A pesar de ello, invoqué en un rincón a mi genio, al que dediqué una pequeña inscripción en forma de serpiente en la misma pared que me había visto concentrarme en mis seis victorias anteriores. Creía en la serpiente, dado que esa fue la forma de mi primera herida en combate.

Sonó el cuerno y me dispuse en formación acompañado del resto de camaradas. Samnitas, secutors, reciarios y un elenco variado de equites, que sometían a sus bestias con admirable maestría. Sentí un día más la euforia de las gradas, que aumentaba conforme la vista se iba perdiendo en el graderío. Impávidas las vestales y los patricios, animados los ciudadanos y descontrolado el vulgo local. Los míos, en suma.

Plantados delante de la máxima autoridad, practicamos como siempre el saludo protocolario. Miré a mi colosal contrincante, analizando su fabulosa estructura ósea y las generosas capas de grasa que componían su cuerpo, fruto de las ingentes cantidades de polenta, gachas y ternera ingeridas. Él bufó jactancioso. Sus ojos claros brillaban con un punto de maldad entre los intersticios de la visera de su casco.

Ya habían luchado los provocatores contra los reciarios, habían corrido los carros y unos leones de Tingitania habían ya dado buena cuenta de un puñado de condenados que se negaban a empuñar las armas contra otros semejantes por agradar a su Dios. El público, ansioso, comenzó a dividirse en dos a la hora de la gran lucha. La mayoría deseaban mi victoria pero también había quienes -los habitantes de la Colonia Patricia son famosos por su envidia al compatriota- preferían que fuese el inmenso balear quien cortara mi cuello. El combate, estaba claro, iba a ser a muerte.

La arena se vació y allí estábamos Cornelius Atticus y yo. Frente a frente. Tuve poco tiempo de mirar la charla entre el editor del combate y mi lanista en la grada. Diríase que charlaban despreocupados, como si estuvieran cerrando un negocio amable. De repente, el primer ataque de mi oponente con su lanza hacia mi costado me hizo recuperar la concentración. Pude eludirlo girando mi cintura con rapidez, colocándome en una posición idónea para, con mi gladio, sajar su torso a la altura de su hígado. Sentí el desgarro de su piel, pero -protegiéndose con su pequeño escudo hoplita- pudo detener la fuerza y la herida fue superficial. Aún así, me animó ver el carmesí de su sangre empapando la arena.

Era consciente de que no iba a ser tan sencillo. Atticus contraatacó empujándome fuertemente, amedrentándome con violentos golpes de lanza que a duras penas podía contener con mis defensas.

Entonces, cuando peor era mi situación, llegó el momento clave de la lucha. Alguna víscera que no había sido limpiada de la arena fue pisada por Atticus, desequilibrándole en su afán de acabar con mi vida y haciendo caer su inmensidad a tierra. El estruendo por la caída del coloso fue seguido de un atronador sonido por parte del Anfiteatro Claudio, máxime cuando en su derrumbe había perdido el control tanto de su lanza como de su puñal. Estaba completamente a su merced, pero -y he aquí mi fatal error, amigos mortales- decidí acudir al criterio del summa rudis que regía los designios del combate. Porque sabed que en nuestro código una caída accidental como la que sufrió Atticus no debía ser usada por el oponente para sacar partido de su ventaja y, por tanto, al caído se le debían reintegrar sus armas y devolver al combate en situación de igualdad. Así, con buen criterio, el gigante balear fue puesto en pie con dificultades. Esta circunstancia, sin duda, desagradó mucho a todos los presentes. Mientras el summa rudis y yo nos mirábamos sin comprender muy bien, el graderío se volvió unánime un clamor en favor de Atticus, viendo en la concepción del código de honor un síntoma de debilidad. Después, todo fue muy rápido. Un rayo de sol reflejado en un espejo convenientemente portado y dispuesto por mi lanista en perfecta dirección a mis ojos me cegó durante unos segundos. Tiempo más que suficiente para que Atticus asestara, ya recompuesto y con la fuerza de mil uros, un tremendo mandoble con su lanza que me derribó violentamente contra la arena.

Ahora era yo el que estaba al borde de la muerte. Sentía el sudor encharcando mi frente debajo del myrmo. Comprobé cómo una de sus alas se había desprendido del golpe y ahí me di cuenta de que mi suerte estaba echada. Traté de incorporarme, pero alguno de mis huesos de mis piernas debió quebrarse y me resultó imposible. Todo dependía entonces de la clemencia de mis congéneres. De mis semejantes. Levanté con dignidad creciente mi mano esperando una respuesta. De que los inquilinos de las gradas guardaban mayoritariamente sus pulgares, vería un sol un día más. Pero no iba a ser así. Los ciudadanos y los colonos agitaron ruidosamente sus dedos hacia sus gargantas, en clara alusión a la mía. Le estaban pidiendo a Atticus que pusiera fin a mi vida. Estaban cantándole a la muerte. Estaban reclutando un soldado más para Plutón.

El balear, en un mal latín provinciano, miró mis ojos consternados y, diciéndome un sincero Requievit in perdonare, clavó su lanza entre mi clavícula y mi omóplato. Sentí mi corazón partirse en dos.

Sabed esto, amigos mortales que ahora me leéis, para que en la vida y en la muerte optéis siempre por el camino de la virtud. Pues yo morí estando vivo cuando mi rival, aún viviendo más tiempo, murió en aquel mismo acto. Y, con él, mi lanista, mi editor y todo el espíritu de Colonia Patricia. Salve. 

Resiliencia

(Artículo de opinión publicado en el CCFP -publicación oficial del Córdoba C.F.- con motivo del encuentro de 5ª Jornada de Liga Adelante ante el C.D. Numancia)

A veces el destino hace guiños. O lo parece. El día después de perder en Eibar –de forma dura, cruel e inesperada- apareció en “El Mundo” un artículo de José Antonio Marina titulado “Una derrota para cambiar de derrota”. Trataba de la decepción olímpica de Madrid 2020, pero resultaba muy sencillo encajar sus palabras en una reflexión más profunda sobre lo que es perder –en el deporte y en la vida-. Recordaba Marina que el verbo derrotar en náutica es, simplemente, apartarse de su rumbo originario y recalcaba la importancia del concepto resiliencia, que es la capacidad humana de asumir situaciones límite y sobreponerse a ellas.

No es un concepto baladí. De hecho, lo considero fundamental para conseguir el objetivo que tenemos entre ceja y ceja. Si nos rasgamos las vestiduras por un gol en el último minuto en un partido que perfectamente podría haberse decantado de nuestro lado; si ya desandamos lo andado en las tres fechas anteriores por un único tropiezo; si nos desmoralizamos por un primer golpe y empezamos a dudar… si hacemos todo esto en suma estaremos comenzando a cavar la tumba de nuestro propio sueño.

 Las derrotas pueden tener un efecto sanador y regenerador. Y son una verdadera enseñanza y acicate para que un grupo humano –uno como el de nuestros jugadores, claro: sano, entregado a su trabajo y ambicioso- se entregue y se aferre con más ahínco si cabe a su reto. Que es el de todos, el de los agoreros y el de los optimistas. Que no se le olvide a nadie.

Ilusión

(Columna de opinión publicada en CCFP -publicación oficial del Córdoba C.F.-con motivo del encuentro de la tercera jornada de Liga Adelante Córdoba-Alavés)

La ilusión, como la energía, ni se crea ni se destruye. El cordobesismo la había tenido que envolver en celofán durante el tramo final de la pasada campaña, que no fue precisamente bueno. Han bastado dos semanas para darle lustre y volverla a poner en la mesilla de noche y para que, por arte de birlibirloque, vuelva a generar unas intensísimas ganas en todos los que hoy poblamos las gradas de este recinto, de que no pare de rodar la pelota mientras los nuestros puedan jugarla. 

Aunque, ojo, el camino de la ilusión no se puede pavimentar con sueños. Ir saltando de nube en nube es un deporte de riesgo en una categoría tan equilibrada y traicionera como la Segunda División. Sí, hemos roto dos maleficios en una quincena; sí, nos hemos asomado a los puestos altos de la clasificación sin haber encajado ni un único gol; sí, este bloque está feliz, sonríe y tiene buena pinta… 

Pero cada encuentro es una lucha externa e interna. Externa contra un rival –en este caso el Alavés, pero puede valer cualquier de los otros 20- bien preparado y con aviesas intenciones. Interna contra nuestro ancestral senequismo. 

No, no es malo tener ilusión. No estoy en absoluto en contra de quienes miran (miramos) la clasificación y se echan (nos echamos) a soñar. Lo único que es absolutamente preciso es tener memoria y recordar que nuestra ilusión, nuestro Dorado, no está ni tan cerca de nuestros ojos como lejos de nuestras manos.

Ya estamos ahí. Y soñando. Que los otros tengan que sudar para despertarnos.

Metafútbol

(artículo publicado en CCFP -publicación oficial del Córdoba C.F.-con motivo de la Primera Jornada de Liga Adelante 2013-2014 ante la S.D. Ponferradina)

Me gusta el “metafútbol”. Me gusta –y así entiendo yo lo que es el “metafútbol”- todo lo que rodea a este deporte y tiene poco o nada que ver con la oscuridad del dinero y sí mucho con darle luz y brillo al recuerdo. Olores, colores, sensacione que se impregnan en la mente y que permanecen, indelebles, mientras empiezan a encanecerse nuestras sienes.

Ese compañero de grada al que le ponían un mote por su estrafalario aspecto, ese olor a ambigú mezclado con césped, el atracón celebrando tal o cual título, el beso robado en un momento de exaltación, el bar donde vivió la gesta a distancia… Un aficionado al fútbol de verdad mide sus años por temporadas. Calibra la intensidad de los segundos de vida vividos en forma de goleadas al destino.

Es una Weltanschauung o cosmovisión emocional y moral, en la que los momentos de tristeza, por ejemplo, lo son menos si el lunes se es capaz de refrescar en el trabajo una épica victoria.

Convengamos pues, cordobesistas y por ende futboleros todos, que todos los que estamos aquí somos amantes del metafútbol. Que todos recordamos perfectamente dónde nos encontrábamos el 30 de junio del 99, el 24 de junio del 2007 o –esto únicamente los más venerables- aquel día de abril del 62 en Huelva.

Por si acaso, empápense bien de todo lo que suceda en este choque ante la Ponferradina. No vaya a ser que tengan que sumar este 17 de agosto de 2013 a la lista de esos días diferentes en los que algo cambia. Definitivamente.

Motivos

(artículo para CCFP-publicación oficial del Córdoba C.F.-con motivo del encuentro de la jornada 36ª de Liga Adelante Córdoba C.F.-U.D. Las Palmas)

A un aficionado a un equipo de fútbol, a uno de corazón, no le hacen falta motivos para acudir al estadio de su equipo. Hablo del Córdoba, porque somos del Córdoba, pero permítanme que generalice. Ir al campo cada dos fines de semana se convierte en una liturgia para el forofo. En algo sagrado. El auténtico enamorado a unos colores toma la bufanda como un judío la Kipá o un cristiano el Rosario. Marcha hacia su campo, engalanado como corresponde a una gran celebración, y santifica el fin de semana a su modo. Reza su credo en forma del himno de su equipo sin mirar el marcador ni la clasificación, increpa o aplaude a los suyos en función del tanteo final y vuelve a su hogar –a su otro hogar, quiero decir- con la cabeza alta y un extraño sentimiento de deber cumplido.

Muchas veces ese aficionado fiel del que hablamos mira a su alrededor en partidos como el de hoy, o como los otros dos que nos quedan aquí en El Arcángel, y se identifica con otros semejantes. Todos, juntos, comulgan en paz interna y se saben auténticos militantes. Fieles. Los detalles de las finales, de las glorias –finales o pasajeras- o de las grandes gestas están al alcance de casi cualquier amante del balón. Pero los que tienen el trasero pelado en finales de temporada -como tantos otros- aparentemente insustanciales pueden presumir de haber visto aquella goleada al Lleida en plena Feria y sin agua en los surtidores del fondo norte o el 2-4 del Écija, con exhibición de Arteaga incluida, en el penúltimo año de Segunda B. Únicamente ellos y otro puñado de fervorosos más, a los que no les hacen falta motivos.

Lo imposible

(Artículo de opinión publicado en CCFP con ocasión del encuentro ante la S.D. Ponferradina del próximo14 de abril de 2013 de la jornada 34 de Liga Adelante)

Para un cordobesista no existen lo imposibles. No es que nos tengamos que creer la afición más valiente (aunque tenemos un buen par para seguir apoyando después de tantos años sin Primera), sino que estamos acostumbrados a cruzar desfiladeros por un alambre y sin red.

La campaña pasada, única e insuperable por todo, lo hicimos tan bien que hasta nos colamos en un play-off con poquito sufrimiento merced a ese empate tan gracioso en Vigo (aún así… ¿recuerdan el zapatazo de Sutil en el encuentro anterior ante el Murcia que casi nos mata?)

Echemos la vista atrás. ¿Recuerdan aquella salvación de 2008, cuando un puñado de conspiradores en Alicante casi consiguen su objetivo de hundirnos cuando ya el tiempo no existía? ¿Recuerdan cómo subimos en el 99, con los futbolistas y cuerpo técnico del Cartagonova haciendo acopio de champán en el vestuario para festejar su paseo triunfo? ¿El ascenso de 2007 igualando un 2-0 ante el todopoderoso Pontevedra? ¿La salvación de Leganés? ¿La de Getafe…?

No me vale una rendición a nueve jornadas del final. Ni me vale ni la contemplo. Primero porque cosas muchísimo más raras hemos vivido. Segundo –lo más importante- porque mientras haya un único punto en juego los que llevamos esta camiseta y este escudo de una u otra manera hemos de respetar las miles de esperanzas depositadas en nosotros. Debemos glorificar el camino santo de suelas y neumáticos gastados. No habrán sido en balde vuestros viajes. Como no los fueron los míos. Antes desde fuera y ahora desde dentro.

Juanín

(ARTÍCULO PUBLICADO EN LA PUBLICACIÓN OFICIAL DEL CÓRDOBA -CCFP- CON MOTIVO DEL PARTIDO CÓRDOBA-C.E. SABADELL DE LA JORNADA 32 DE LIGA ADELANTE)

“El mejor futbolista que ha venido a Córdoba” (Manuel Garrido), “La humildad y la sencillez hecha grandeza” (Carmelo Salas), “Juan era mi familia” (Rafael Jaén), “Era un ejemplo para todos” (Ángel Torres), “Estabas con él y era una alegría constante” (José Luis Navarro)…

Juanín nos dejó esta semana y los veteranos del Córdoba no dudaron ni un segundo en plasmar sus sentimientos delante del micrófono. Abrieron sus corazones para inmortalizar las piernas y el alma de su amigo. Porque la inmortalidad no está en el más allá, sino en el recuerdo de quienes te rodean y te quieren en el más acá.

Juanín era onubense y cordobés. Era di Stéfano y Zidane. Y Xavi. Y no fue a la selección española prefiriendo ayudar al Córdoba a vencer al Pontevedra y de paso meterle en una semifinal de Copa del Rey. La única en su historia. Y no firmó por otro equipo más grande, porque para él el más grande era en el que estaba. El nuestro.

Juanín estuvo en los momentos más gloriosos del club. Le hizo quinto de España. Nunca tuvo vértigo. Ni miedo de tomar las riendas. De ser un líder. No tuvo tiempo para dudar. Sólo para crecer y para hacer crecer a sus camaradas y a su club.

En septiembre, aún sano, Juanín visitó este estadio y terminó su entrevista en CCFR con Diego Arellano así: “Me despido llamando a la afición. A Córdoba y a la afición. El año pasado hicimos una gran temporada con Paco, este año tenemos a Berges que es otro tío extraordinario y tengo muchas esperanzas. Para eso tenemos que estar unidos, ir al campo. Un abrazo a todos y que estemos haciendo piña con el equipo aunque no siempre podamos jugar bien”. 

Los aplausos gratuitos

(ARTÍCULO DE OPINIÓN PARA LA PUBLICACIÓN OFICIAL DEL CÓRDOBA CON MOTIVO DEL ENCUENTRO ANTE LA UNIÓN DEPORTIVA ALMERÍA, JORNADA 30 DE LIGA ADELANTE)

Cuesta. Me consta. Agitar las palmas de las manos cuando el corazón no lo dicta es un ejercicio pesado. Si hoy están aquí sentados, lo están haciendo tirando de fuerza de voluntad. De fuerza de voluntad y de la energía cinética que han acumulado –menuda paradoja- a base de minutos, horas, días, semanas y años de chascos y de frustraciones.

Porque ser cordobesista, no nos engañemos, nunca ha sido una cosa amable. Hay que engañarse mucho para seguir creyendo durante tanto tiempo en estos colores blanco (históricamente más de la nada que de la pureza) y verde (más de la inmadurez que de la esperanza) que nos visten.

Pero aquí siguen. Aquí seguimos.

El Córdoba va a ser (hoy, mañana y siempre) lo que ustedes, los que ahora mal encarados y a medio camino entre el aplauso y el silbido, quieran que sea. No tengo la jeta de pedirles hoy que nos hagan palmas porque, de momento, no estamos cumpliendo esta temporada con lo prometido.

Actúen y obren en conciencia. Si creen que es mejor reprendernos, silben. Si creen que merecemos una penúltima oportunidad, acojan la salida de los nuestros a este recinto que cobra vida gracias a su presencia con ese entusiasmo único cantando ese estremecedor himno que nos hace únicos.

Y nunca olviden que lo único que merece la pena en este juego es ese escudo que llevan tatuado en el imaginario espacio existente entre su alma y su conciencia. Nada más.

El destino

(Artículo de opinión a publicar en el CCFP -publicación oficial del Córdoba C.F.- con motivo del encuentro de la jornada 26ª de Liga entre la A.D. Alcorcón y el Córdoba)

Leopoldo María Panero, poeta maldito, reflexiona sobre el destino en una de sus composiciones: “¿Qué es el destino?/ Es un perro que ladra. / Este perro que nos persigue como una sombra infiel, /insomne como la muerte purificadora/ que borra la memoria impersonal toda”.

Los cordobesistas a veces miramos a los ojos de ese perro ladrador con valentía. Con arrojo. Nos vemos guerreros fuertes y bravos. Invencibles. Nadie nos puede ganar. No hay rival que nos pueda toser. Como ahora.

En otras ocasiones nos tiemblan las manos, las piernas y  el entusiasmo  hace que el corazón nos juegue una mala pasada. El destino se vuelve entonces un can (cerbero) ingobernable de afilados colmillos y más de ocho lustros de vida. Volvemos mentalmente a los campos de pedanías y aldeas. Al barro. Al desastre. Y todo se vuelve gris ceniza. Y volvemos a ser cordobeses normales y corrientes (es decir: senequistas y pesimistas).

Hoy viene el Alcorcón. Mientras más tiempo pensemos que les podemos ganar, más segura será la victoria. Mientras más confiemos en nuestra invulnerabilidad, en nuestro poder, en nuestra fuerza… menores parecerán los retos que nos quedan.

Aún ladrará este año el perro destino. Lo hará con fuerza hasta junio. Si ustedes se apuntan, entre todos, podemos darle un solomillo cargado de somníferos que le atonten. Justo hasta que tomemos un ferry  conducido por Caronte que nos haga completar el camino de vuelta desde la otra rivera de la Laguna Estigia. Porque ya va siendo hora de volver.

 

Simonet

(Artículo de opinión publicado en CCFP, publicación oficial del Córdoba C.F. con ocasión del partido Córdoba-C.D. Lugo de la jornada 24 de Liga Adelante)

Yo no vi jugar a Simonet. Yo no le vi correr hasta la extenuación. Ni dejarse hasta el último aliento por la camiseta blanca y verde a la que acabó amando y dedicándole toda su vida deportiva (a pesar de venir para un par de ratitos y ya casi de vuelta de todo con treinta años). Ni compartí mi alegría hasta confundirla con la suya aquel primer día de abril del 62 en Huelva.

No puedo decir a través de mis ojos que fuera un lateral pundonoroso y aguerrido. Escaso de técnica, tal vez, pero tan tan bueno que hasta el mismísimo Gento receló en su momento de medirse a él en El Arcángel.

No puedo decirlo. Pero me lo creo.

Me fío porque son los ecos del pasado los que me soplan a la oreja. Porque son sabias palabras de veteranía, de canas (luego, de sabiduría) las que me chivan el retrato del tristemente finado exfutbolista del Córdoba. Porque en  los artículos que he leído de Zitro, en hojas ya amarillas y arrugadas, entre palabras de época y términos balompédicos jalonados de épica, se entrevé lo que de bueno tenía este eterno dos. Cuando el dos, en este deporte, siempre era el número del lateral derecho.

Simonet era de un fútbol de alineaciones de carrerilla (la del 62 se la saben como la tabla periódica todos los cordobesistas de una generación: Benegas, Simonet, Martínez Oliva, Navarro, Martínez, Costa, Riaji, Juanín, Miralles, Paz y Homar); de un futbol de pelotas pesadas y partidos de hierro y fuego; de un juego en el que señores que en las gradas aún vestían con chaqueta y corbata estaban dispuestos a lanzar piedras si lo que veían no les gustaba. Y él, en esos tiempos duros, fue un grande. Tal vez por su fidelidad a unos colores, a los nuestros, no llegó a ser internacional.

Descanse en Paz, Simeón Soler Pérez, Simonet. Cuando hoy se levanten con las bufandas arriba que sepan que están honrando a uno de los más grandes de los nuestros. Que sepan que están guardando silencio en memoria de uno de los que ha hecho que ustedes estén hoy aquí. 


Extravagancia y belleza

(Artículo de opinión publicado en CCFP, publicación oficial del Córdoba C.F. con ocasión del partido Córdoba- Real Murcia de la jornada 22 de Liga Adelante)

Baudelaire escribió en “De la idea moderna de progreso aplicada a las Bellas Artes”: “Lo bello siempre es extravagante. No quiero decir que sea voluntaria y fríamente extravagante, porque en ese caso sería un monstruo que se sale de las vías de la vida. Digo que contiene siempre algo de extravagancia, que lo hace ser concretamente bello”.

Extravagancia puede resultar, en estos tiempos que corren y hablamos de fútbol, tener una fe inquebrantable en las posibilidades del club al que uno pertenece. En esta época en la que prácticamente todo es cuantificable, medible y cotejable por el patrón oro de la pelota, seguir confiando en lo que uno cree es tan bello por romántico como por extravagante.

Aquí hoy seremos diez, doce, trece, catorce… mil fieles extravagantes que apoyaremos sin vacilar para que nuestra entidad sume una victoria necesaria. Un triunfo que no nos daría un ascenso, pero que sí podría llegar a dárnoslo. Que sea digestivo antiácido. Panacea, que no placebo. Gloria dosificada que nos permita contemplar con un renovado ánimo esta segunda vuelta que comienza.

No está de moda, convenimos, conservar la fe en unos colores modestos como los nuestros y, sin embargo, aquí estamos. No está de moda la parte deportiva del juego de pelota.

Pero nuestro tercio de los sueños sigue vigente. Estamos –recalco el plural colectivo- a nada más que dos puntos del play-off de ascenso y hoy podemos alejarnos de manera sustancial (siete le sacaríamos) de un posible rival directo como el Real Murcia, que no es que venga precisamente en su mejor momento.

Muchas veces, y  esto lo dejó escrito Bukowski, el lector se queda con lo que menos necesita de un escrito. Por eso mejor recalcar que hoy, lo que realmente necesitamos –como el aire, como el comer- son los tres puntos. Lo demás, coyuntura. 

Los momentos

¿Cuándo nacen y terminan los momentos? ¿Cuándo empieza o muere algo? ¿Cuándo somos o dejamos de ser? ¿Cuándo despierta en nuestra conciencia la sensación de un cambio? ¿Cuándo deja de sonar una canción y empiezan los acordes de una nueva?

Hay gente que suelta su melena al viento del tiempo y vive trepidantemente cada segundo. Personas a las que, de tanto correr, los buenos momentos de su vida se les pasan en un lapso y los malos se disfrazan de paréntesis. Los meses son suspiros ahogados entre trabajo, viajes y fiestas. La gran cruz que han de soportar esas personas es que en su frenesí pueden no apreciar la terrible valía de un segundo de quietud. Ni de comprender lo más valioso de la inerte tranquilidad. La paz de los vivos, que no de los muertos.

Otros, por el contrario, se sacuden el polvo con un plumero de seda. Gramo a gramo. Recogen el fruto de su galbana amodorrados en un sofá de terciopelo. Esperan que la vida les llegue y lo que les suele llegar es la muerte. No saben de qué color son los sueños porque paladean tanto la nada de su mortalidad que su mente es incapaz de producir recuerdos. Tristes, comen, trabajan, defecan y copulan sin saber dónde empieza una actividad y concluye la otra. Son esclavos de su propia inopia, pasajeros de un barco con un rumbo fijo y una velocidad constante. Siervos del demonio del aburrimiento.

 La virtud aristotélica no tiene sentido cuando hablamos de momentos, porque no hay mesura en el  juicio de los instantes. Ni de la velocidad a la que se vive. Ni de la forma en la que se quieren vivir.

Pero sí que, deprisa o lentamente, es preciso vivir cosas para alcanzar la inmortalidad. No hay nada que se recuerde que se lo lleve el viento. No hay segundo más singular que aquel en el que uno se enamora. O en el que uno se desenamora. O en el que uno es consciente de que experimenta alguna mutación en su planteamiento vital que le revuelve las entrañas. Sólo el que hace recibe (do ut des)

Acaba un año. Empieza otro. Es preciso vivir aún más. Todo lo que se pueda.

 

2012

(Artículo publicado en CCFP -publicación oficial del Córdoba C.F.- con motivo del encuentro de la jornada 19 de Liga Córdoba-Recreativo)

¿De qué color se tiñe el recuerdo? ¿Con qué brocha se trazan los lienzos del ayer? ¿Dónde residen los sentimientos? ¿En qué parte de nuestros sesos? Según el  Instituto de Tecnología de Massachusetts la corteza parahipocámpica tiene la culpa de que haya imágenes, colores, sensaciones y olores que pervivan más allá del presente en nuestro interior.

Durante 2012 los cordobesistas hemos hipertrofiado nuestro parahipocampo. Resulta complicado escoger un momento, un segundo, un rato, un día… ¿El gol de Patiño al Recre? ¿Cuando le ganamos al Murcia y dejamos casi resuelta nuestra clasificación para el play-off? ¿Cuando, una semana después, rematamos la faena con aquel puntazo en Vigo? ¿La ida y la vuelta ante el Valladolid?

Eso en Liga, pero… ¿qué me dicen de la Copa del Rey? Justo antes de que llegara 2012 eliminamos al Betis en el Villamarín, luego al Espanyol le hicimos sudar y a la Real Sociedad llorar. Lo vivido contra el Barcelona no fue sino la constatación de que aquí se está cociendo algo grande. De que se ha iniciado un camino cuyo único destino posible es el andén de Primera división. De que es tanta el hambre de gloria que  hasta el almacén de nuestros sueños se queda pequeño.

Muere el año en lo deportivo, pero será una “petite mort” como llaman los franceses al orgasmo.  Será un punto y aparte de una historia aún por terminar de escribir. Una cuya rúbrica, coral y solidaria, ha de ser estampada entre todos los que queremos a esta entidad.

Ojalá en 2013 nuestro parahipocampo acabe con agujetas. Ojalá necesitemos un disco duro externo. Y ojalá sonriamos más y todos los cordobesistas tengamos mucha paz. Brindo por ello.

Feliz futuro para todos.